Daniel Gascón

Categoría: Reseñas

LA VIDA LITERARIA

Sobre Sólo hechos, de Andrés Trapiello.

LA REVOLUCIÓN IBA EN SERIO

Sobre La invención del paraíso, de Carlos Granés, en Letras Libres.

MARSÉ CUENTA UN CUENTO

Una reseña de Noticias felices en aviones de papel, en Revista de Libros.

EL INFINITO BUEN HUMOR

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La fiesta de la insignificancia contiene muchos temas y tonos de la obra de Milan Kundera. Aparecen las reflexiones sobre el erotismo y la seducción: en este caso, sobre la preeminencia del ombligo y las ventajas de no destacar, o sobre la distinción entre el orgulloso y el narcisista: “El orgulloso desprecia a los demás. Los subestima. El Narciso los sobrestima porque observa su propia imagen en los ojos de los demás y desea embellecerla”. Esas teorías se expresan de forma brillante, con una elegancia que las hace momentáneamente incontestables y que nos sitúa en terreno conocido. El tiempo, los vaivenes psicológicos, lo ridículo y cierto desajuste generacional son otros elementos de un libro crepuscular, lúdico y deliberadamente menor, donde aparece el gusto por la interpretación y la revisión de la historia. La fiesta de la insignificancia ilustra otra de las facetas más interesantes de Kundera: la del teórico de la novela, que concibe el género como un espacio de libertad artística y moral, y como una forma heterodoxa y escéptica de conocimiento.

Los protagonistas son cuatro amigos que tienen un “maestro”, el narrador: “En mi vocabulario de descreído, una sola palabra es sagrada: la amistad”, explica el narrador/inventor. Hay un componente teatral, de escenificación y representación. Como en un carnaval, la inversión desempeña una función importante. Hay una obra de marionetas. D’Ardelo miente a su amigo Ramón; le dice que tiene cáncer. Alain imagina que su madre embarazada intentó suicidarse, y que mató al hombre que trataba de rescatarla, pues estaba obligada a “luchar para salvar su muerte”. Calibán debe su nombre a una interpretación de La tempestad y se ha convertido en un camarero en fiestas privadas. Finge ser pakistaní. No suscita el interés de nadie, se convierte en “un actor sin público”. Habla en un idioma inventado (“pakistaní”), lo que permite a una cocinera abandonar el francés por el portugués: “La comunicación en dos lenguas incomprensibles para los dos los acercó el uno al otro”. Más tarde, confiesa: “A pesar de mi estúpida fama de marido infiel, ¡siento una insalvable nostalgia de la castidad!”.

Aunque La fiesta de la insignificancia recuerda a algunas de las novelas preferidas de Kundera, como Jacques el fatalista, también está cerca del mundo de Luis Buñuel: por las fiestas, por sus donjuanes envejecidos, por la Francia de extranjeros, por las estatuas, por los actos repetidos (y fallidos), y porque es la obra de un bromista genial. Kundera está más interesado por la filosofía y la historia que por la teología, pero comparte con el cineasta el espíritu blasfemo. Si hacer reír a Dios, como Buñuel, era una transgresión, también tiene algo gamberro hacer que Stalin ría a carcajadas, convertirlo en cazador y contador de chistes, ponerlo a explicar filosofía y hacer que se pregunte en voz alta ante sus subordinados: “¿Habré gastado todas mis fuerzas para semejantes gilipollas?”.

Hay un elemento escatológico: aparecen el alcohol y la muerte, pero sobre todo la orina, vinculada a Stalin. Uno de los temas que puntúan el libro es la explicación de una anécdota chistosa del dictador. La incomprensión de los oyentes marcaría el final del tiempo de la broma, el “crepúsculo de las bromas”. (En la primera novela de Kundera, un chiste causaba la desgracia del protagonista.) Al leer La fiesta de la insignificancia uno recuerda la caracterización de uno de sus personajes: “En él, era más fuerte el placer de ser festejado que la vergüenza de envejecer”. Es un placer contagioso, en un libro que muestra un “infinito buen humor”, teñido de ligereza y melancolía: “En su reflexión sobre lo cómico, Hegel dice que el verdadero humor es impensable sin el infinito buen humor, escúchalo bien, eso es lo que dice literalmente: ‘infinito buen humor’; ‘unendiliche Wohlgemutheit!’. No la burla, no la sátira, no el sarcasmo. Solo desde lo alto del infinito buen humor puedes observar debajo de ti la eterna estupidez de los hombres, y reírte de ella”.

[Milan Kundera. La fiesta de la insignificancia. Traducción de Beatriz de Moura. Barcelona, Tusquets, 2014, 138 pp.

Esta reseña salió en el número de noviembre de la revista El buen salvaje.]

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ANATOMÍA DE UNA IMPOSTURA

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La literatura de Javier Cercas (Ibahernando, 1962) intenta explicar los símbolos que articulan una sociedad. Trata de la realidad y la ficción, de la verdad y la mentira, de la naturaleza del héroe y de la construcción del mito, de la influencia del pasado en el presente. Esos temas están en ‘Soldados de Salamina’, en ‘La velocidad de la luz’, en ‘Anatomía de un instante’, en ‘Las leyes de la frontera’. Y aparecen en ‘El impostor’, una «novela sin ficción» o «relato real» en torno a Enric Marco, el presidente de la Amical de Mauthausen que falseó su biografía para presentarse como superviviente de los campos de concentración. Marco dio centenares de conferencias, aleccionó a los jóvenes sobre los horrores del Holocausto y la Deportación, recibió la Creu de Sant Jordi y emocionó a diputados españoles al explicarles los sufrimientos de las víctimas de los nazis, hasta que, poco antes de su intervención en el 60 aniversario de la liberación de Mauthausen, el historiador Benito Bermejo reveló que nunca había estado interno en un campo de concentración.

Se escribió mucho sobre el caso: a veces con una sensación de indignación o de traición, a quienes le creyeron pero también a las víctimas; a menudo con un desconcierto casi admirativo. Cercas, perplejo, molesto y fascinado, y también espoleado por algunos colegas –como Vargas Llosa y, de manera más humorística, Martínez de Pisón–, intenta entender al personaje, reconstruyendo su vida y entrevistándolo. Encuentra un camino tortuoso: Marco, nacido en 1921, hijo de una interna en el manicomio y de un padre que no se preocupó demasiado por él, se ha reinventado muchas veces. Embelleció su papel en la Guerra Civil, adornó su actuación en la posguerra, dio razones falsas para su traslado a Alemania, ocultó matrimonios, cambió de nombres, inventó un pasado antifranquista. Seductor y narcisista, es, dice Cercas, «un pícaro, un charlatán desaforado, un liante único», pero también «un novelista de sí mismo». Al mentiroso, explica, se le reconoce por su énfasis en la verdad; alguien señala que Marco usa mucho la palabra «verdaderamente». Marco sabía que las mejores mentiras se construyen con algo de verdad. Estuvo preso en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, pero no en un campo ni por motivos políticos. Escogió Flössenburg, con pocos españoles, frente a otros, como Mauthausen, donde había muchos y habrían podido desenmascararlo. En algunas cosas, para Cercas, Marco no es tan excepcional: siempre estuvo con la mayoría. Sus invenciones, donde combina un leve elemento de verdad con abundantes dosis de kitsch, corren paralelas a invenciones más sutiles y generalizadas: en los primeros años de la democracia «se inventó un pasado (o lo adornó o lo maquilló) en un momento en que alrededor de él, en España, casi todo el mundo estaba adornando o maquillando su pasado». Lo que hacía Marco, según Cercas, es ir un poco más lejos que los demás. El impostor nos fascina porque tiene algo de nosotros, como sociedad y como individuos. También le encuentra un paralelismo literario: «Lo que define a don Quijote, igual que lo que define a Marco, no es que confunda la realidad con los sueños, la ficción con la realidad o la mentira con la verdad, sino que quiere hacer realidad sus sueños, convertir la mentira en verdad y la realidad en ficción».

El impostor es un libro complejo y rico, donde Cercas revisa debates filosóficos sobre la naturaleza de la mentira, y reflexiona sobre su relación con la vida y la literatura: «Un solo dato ficticio convierte un relato real en ficción y, al modo del germen causante de una epidemia, puede contaminar de ficción todos los relatos que se derivan de él». «El resultado de mezclar una verdad y una mentira es siempre una mentira, excepto en las novelas, donde es una verdad», escribe. Es también un libro sobre la gestión del pasado: Cercas critica la preferencia por la memoria frente a la historia y «la transformación de la memoria histórica en una industria de la memoria», que vincula al éxito de Marco.

‘El impostor’ también habla del proceso de escritura. Es la biografía de Marco, la crónica de la relación entre autor y personaje, de la investigación y el making of neurótico del propio libro, donde Cercas incorpora sus dudas y los consejos que recibe. La gravedad del asunto no excluye momentos de levedad, y la amplitud del tema contrasta con que sea un libro curiosamente familiar. Es una obra obsesiva, llena de trucos narrativos, referencias literarias y mantras (La realidad mata, la ficción salva; El pasado no pasa nunca, ni siquiera es pasado) que a veces sirven para iluminar el relato y en otras ocasiones cambian de significado conforme sabemos más cosas.

La pasión y cierta ingenuidad son dos características de la escritura de Cercas. Las dos están detrás de sus grandes virtudes: la potencia narrativa, la capacidad de trabajo e investigación mezclada con una impresión de espontaneidad, la habilidad para conectar la emoción y la historia, y la combinación de ambición, inocencia y descaro necesaria para decir algo que podría parecer obvio pero no siempre lo es. Todas esas cualidades están presentes en este libro apasionante que encapsula el mundo literario de Cercas y que es, junto a Anatomía de un instante, la mejor de sus obras.

Javier Cercas. ‘El impostor’. Literatura Random House, Barcelona, 2014, 428 pp.

[Este artículo salió en Artes & Letras. Imagen.]

GUERRA FRÍA

Una reseña de El telón de acero, de Anne Applebaum, en Letras Libres.

GUERRA FRÍA

Una reseña de El telón de acero de Anne Applebaum, en Letras Libres.

AMOR, LITERATURA Y SECRETOS

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Claudia y Sebastian, los protagonistas de ‘Alabanza’, se marchan a un pueblo sin internet y habitado exclusivamente por viudas. El viaje tiene algo de huida, especialmente para Sebastian: después de varios libros de relatos que le dieron prestigio y pocos lectores, ha publicado una novela comercial que es un éxito, una traición y una fuente de problemas. La novela “empezó a considerarse extraoficialmente como el Último Best Seller de la Literatura Tal y Como se Conocía en el año 2013”. Sebastian piensa relatos que no terminan de satisfacerle sobre algunas exnovias, mientras Claudia se interesa por un episodio que ocurrió en esa localidad fantasmal.

Así empieza la nueva novela de Alberto Olmos (Segovia, 1975), una obra ambiciosa y rica sobre el amor, la identidad y la escritura. ‘Alabanza’ juega con climas, imaginarios y registros diferentes para abordar muchos asuntos. Contrasta los paseos por los espacios abiertos del pueblo de la pareja con la cerebración incesante, obsesiva y casi claustrofóbica de Sebastian. La preocupación por aspectos íntimos –la relación entre dos personas, pero también la relación que tenemos con nosotros mismos– no excluye un elemento de crítica social perspicaz y libre. Tiene largas oraciones subordinadas y chispeantes listados autobiográficos que hacen pensar en Joe Brainard (como cuando se habla de veinticinco recuerdos “brincando simultáneamente en su cabeza”, entre los que está que “le ponen gafas y se siente la persona más desgraciada del mundo”). Contrapone un escenario rural, de ancianas siniestras, vendedores ambulantes y crímenes remotos, a una ambientación en el futuro inmediato. El erotismo resulta natural y tortuoso al mismo tiempo. Olmos parece disfrutar resultando incómodo. Consigue que esta novela llena de artificio, extremadamente autoconsciente y repleta de rimas internas, trucos narrativos y elementos metaficcionales, transmita una sensación de sinceridad, casi confesional.

‘Alabanza’ muestra la literatura desde varios puntos de vista. Además de los personajes reales que se pueden intuir en algunos momentos, hay observaciones brillantes, divertidas y a veces paranoicas del mundo literario, de la recepción de las obras y de los rumores: “Eran innumerables las anécdotas que circulaban por internet sobre su divismo diabólico, y siempre incluían desplantes a otros autores en actos sociales y cenas literarias y festivales, y abusos sexuales cometidos con agravante de satiriasis sobre becarias y editoras y jefas de prensa, y algún que otro veto fatídico a que determinado escritor publicara su libro en el mismo sello que él”. Traza un retrato emocionante de la pasión por la escritura y de un aprendizaje autodidacta impulsado la idea de la literatura como una especie de redención, de ascenso íntimo y social: “Quería ser escritor para no ser de pueblo, para no ser pobre, para ser medido de otra manera. Para no ser telefonista ni grabador de datos; para no ser como todo el mundo, una cifra de salario, un apellido, una casa en determinado distrito de la ciudad. Sería Sebastian Bel, escritor; nada más”. O quizá mucho más: “Claudia interpretaba que a Sebastian le ocurría con el sexo algo similar a lo que le vino sucediendo hasta muy tarde con la literatura: que se creía el espejismo, que daba crédito a la existencia de una parte del mundo donde publicar un libro detenía los relojes y darle fuego a una mujer espectacular acababa en ‘ménages à trois’ con su hermana gemela”.

‘Alabanza’ reflexiona a través la forma y la dosificación de la información: la dificultad de decir las cosas –un relato o un secreto– es una de sus claves. Trata de las historias que contamos, y que no contamos, a los demás. Muestra la curiosa mezcla de desilusión mundana y fe en las posibilidades del género de un narrador que se plantea la escritura como un desafío y piensa que a veces los buenos libros se escriben contra uno mismo.

‘Alabanza’. Alberto Olmos. Literatura Random House, Barcelona, 2014. 376 págs.

[Esta reseña salió en Artes & Letras de Heraldo de Aragón. Imagen.

JAMES SALTER: LA VIDA IBA EN SERIO

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‘Todo lo que hay’ es la primera novela que ha publicado en más de treinta años James Salter (Nueva York, 1925), un narrador admirado por muchos de los mejores autores estadounidenses contemporáneos. El libro incluye un epígrafe –“Solo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de ser reales”– y cuenta la vida de Philip Bowman, un joven que se cría con su madre, combate en la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico y estudia en Harvard antes de entrar a trabajar en una editorial. Allí coincide con Eddins, con Baum y, en un bar, con Vivian, una chica de Virginia de padre riguroso y madre alcohólica con la que se casa. Ni la existencia ni la personalidad de Bowman son extraordinarias, pero están contadas con delicadeza, inteligencia y seguridad.

Salter combina amplitud y ligereza. Traza un retrato social de los Estados Unidos de posguerra, del mundo editorial y de cierta manera de relacionarse. Aunque el punto de vista que predomina en la narración en tercera persona es el de Bowman, tenemos acceso a la biografía y los sentimientos de muchos personajes, desde las mujeres de su vida a apariciones fugaces. Salter es un maestro de la elipsis y suele coincidir con el consejo de William Goldman: al presentar una escena, es importante entrar tarde y salir pronto. En otras ocasiones, se detiene en lugares inesperados. El libro está lleno de apartes, de esbozos de biografías y observaciones. En un párrafo se pueden cubrir varios años de insatisfacción sentimental o tortuosos procesos judiciales, y luego de pronto hay una evaluación del teatro isabelino, un breve retrato de Lorca, una observación nimia en apariencia y reveladora en realidad, un diálogo coloquial o un obvio placer en la recreación de un cotilleo. El tono biográfico hace que las numerosas coincidencias no parezcan tanto recursos narrativos como cosas de la vida. La presencia de Europa es importante como escenario y como espacio liberador, casi ideal. Bowman visita Inglaterra, va a Francia y realiza un viaje por España; el continente es un lugar exótico y erótico. El sexo, descrito con eficacia y entusiasmo, ofrece a los personajes los únicos momentos de felicidad y trascendencia. Y una ocasión para la venganza en uno de los episodios más perturbadores del libro.

‘Todo lo que hay’ trata del paso del tiempo y del recuerdo. Casi al final, leemos: “La primera voz que oyó, la de su madre, ya no estaba al alcance de su memoria, pero podía rememorar la dicha que sentía junto a ella cuando era niño. Recordaba a sus primeros compañeros de colegio y todos sus nombres, las aulas, los profesores, los detalles de su propia habitación: la vida que iba a quedar al margen de todo juicio, la vida que se había abierto ante él y había sido suya”. Son también dos de los temas centrales de ‘Años luz’, publicada originalmente en 1975 y reeditada hace unos meses en castellano. La novela es una crónica magistral y devastadora de la disolución de un matrimonio: cómo se rompe, cómo se recuerda y lo que permanece: “Las cicatrices dividen la vida como los anillos de un árbol. Qué juntos parecen los más antiguos, el tiempo los comprime, veinte años no se distinguen entre sí”. Al principio Viri y Nedra parecen una pareja feliz. Tienen dos hijas y amigos dedicados y brillantes. Buscan la dicha sexual fuera de casa. Experimentan, de distinta manera, el fracaso: él no llega a ser un gran arquitecto; ella, que tiene inquietudes culturales, también desearía más dinero. “Él se había dormido. Ella lo sabía sin mirarlo. Dormía como un niño, sin ruido, profundamente. Tenía el cabello ralo despeinado y la mano extendida y laxa. Si ellos hubieran sido otra pareja, a ella le habría atraído, lo habría amado, incluso… eran tan infelices”.

‘Años luz’ es un libro más controlado y preciso, menos autocomplaciente. Al igual que en ‘Todo lo que hay’, Salter muestra una aguda capacidad de observación y evita juzgar a los personajes. En un relato realista, admira la sutileza psicológica y sorprende la resistencia a la tentación sociológica o política: los grandes acontecimientos están ahí fuera, pero Salter no se detiene en ellos. El narrador es misterioso. Emplea una imprecisa primera persona al principio, en algún momento aislado y al final, pero predomina la tercera; tiene momentos inquietantes e irónicos: “Uno de los últimos grandes descubrimientos es que la vida no será lo que soñabas”. La prosa es sincopada, imaginativa y poderosa: “Tiene una boca grande, la boca de una actriz, emocionante, intensa. Manchas oscuras en sus axilas, menta en su aliento”. ‘Años luz’ y ‘Todo lo que hay’ son dos novelas conmovedoras sobre el transcurso del tiempo y la búsqueda, un tanto aturullada y casi siempre infructuosa, de la felicidad. Leer estas historias sobre la existencia y la memoria recuerda los versos de T. S. Eliot: “Tuvimos la experiencia aunque no captamos el significado./ Y acercarse al significado restaura la experiencia”.

James Salter. ‘Todo lo que hay’. Traducción de Eduardo Jordá. Salamandra, Barcelona, 2014, 381 págs.

‘Años luz’. Traducción de Jaime Zulaika. Salamandra, Barcelona, 2013, 381 págs.

[Esta reseña salió en Artes & Letras de Heraldo de Aragón. Imagen.]

ZARRALUKI: LA HISTORIA SECRETA

"UN ENCARGO DIFICIL"

“Por alguna razón que no se podía explicar, le gustaba poner un gran empeño en algo y no conseguirlo”, escribe Pedro Zarraluki (Barcelona, 1954) sobre uno de los personajes de ‘Te espero dentro’. Ese extrañamiento se podría extender a otros de los protagonistas de la colección. Los once relatos que incluye ‘Te espero dentro’ muestran una realidad que de pronto se vuelve amenazadora, incomprensible y ridícula: un hombre vuelve a la casa donde vivió varios años y se queda dormido viendo una película porno de la actual pareja de su exmujer; un padre separado afronta una realidad entre agobiante y tediosa y algunas tentaciones no demasiado apetecibles; una mujer le dice a su acompañante que alguien le está metiendo mano en un cine; un hombre regala un televisor a una anciana y le explica en qué consiste el montaje cinematográfico; un beso en la frente certifica el fin de una relación que ha tenido episodios bastante más siniestros.

Los tres epígrafes, insólitos y acertados, dan algunas de las claves del volumen: el humor y el desasosiego (“Trato de respirar. Me gusta, pero me cuesta mucho”, de ‘Historias de Filadelfia’); una observación sobre las razones desconocidas (“El movimiento va siempre ligado a una historia secreta”, de Juliette Binoche); una mirada irónica sobre el impulso autodestructivo (“Me estorbo hasta el punto de de impedirme el paso”, de Ramón Andrés). La vida aparece como una sucesión de pequeñas fugas, llena de malentendidos y recovecos donde surgen lo desconcertante, lo abyecto o la revelación. Una hija le dice a su padre: “De pequeña me encantaba que me metieras en la cama y te quedaras un rato a mi lado. Tardabas mucho en salir de la habitación. Yo estaba segura de que me mirabas. Cuando duermes, los otros te quieren más”. Clara, la protagonista de “La niña vuelve”, “pensó finalmente que era absurdo esperar nada de un hombre al que no sabía qué escribir cuando le abandonaba”. Escritos con sencillez  y eficacia, los cuentos ‘Te espero dentro’ tienen algo de piezas de cámara, con pocos protagonistas y situaciones económicas y potentes. Los escenarios son variados –puede leerse, en cierto modo, como un libro de viajes– y las historias incluyen homenajes como el que recibe José Batlló en “Ahora mismo estamos siempre vivos”, el cuento más metaliterario de un libro que tiene varias reflexiones sobre la narración y la representación. Aunque no hay una vinculación explícita entre estos relatos en tercera persona, existen numerosos paralelismos formales, temas y episodios que reaparecen y dan una contundente unidad al volumen. Entre ellos están distintas maneras de abordar las relaciones entre padres e hijos –y sobre todo hijas–, la responsabilidad hacia los demás y una pulsión sexual que pocas veces alcanza un resultado satisfactorio. Con su simplicidad engañosa, su habilidad y precisión narrativa y su aspiración de entender las inconsistencias del ser humano, “Te espero dentro” recuerda en ocasiones a Tobias Wolff. Después de leer este libro admirable uno se queda pensando en la atmósfera realista y desasosegante de los relatos, y en sus protagonistas, que quizá se nos quedan grabados con una nitidez particular porque descubren, al mismo tiempo que nosotros, que están levemente desenfocados.

Pedro Zarraluki. ‘Te espero dentro’. Destino, Barcelona, 2014. 192 páginas.

[Esta reseña apareció en Artes & Letras de Heraldo de Aragón.]

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