ALICIA

por gascondaniel

Alicia fue el primer amor de mi vida. Estuvimos juntos el día en que cumplí cuatro años. “Llevas tirantes, como Fraga”, me dijo cuando me ayudaba a desnudarme para que meara en la tapia del cementerio del pueblo de mis abuelos, donde mi madre hacía una sustitución como médico. Alicia tenía trece años. Sus padres llevaban la única tienda del pueblo y en los veranos de los veinte años siguientes, cada vez que mi abuela me mandaba a comprar, su madre decía a los clientes en un aparte: “De pequeño este chico estaba loquito por mi hija”.

Alicia y yo nos saludábamos, pero apenas hablábamos. Desde la distancia, vi cómo empezaba a salir con un chico, se casaban y tenían una hija.

Aunque en cada visita a la tienda pasaba una vergüenza espantosa, esa no fue la razón por la que dejé de ir al pueblo. Tampoco fue la razón por la que fui aquel verano. Estaba escribiendo una novela y fui a encerrarme, a escribir y a dejar de fumar.

En la mañana del tercer día, cuando fui a comprar tabaco, me encontré a Alicia, que paseaba a su hija por la plaza. Por primera vez en cinco o seis años, hablamos un poco y al final no compré tabaco.

Al mediodía, conseguí conectarme a internet. Buscaba un dato, pero entré en Facebook. Alicia me había enviado una solicitud de amistad y un mensaje: esa noche estaría en el bar. Es raro, pero es verdad: usamos la red social para concertar una cita en un pueblo de menos de doscientos habitantes.

Nos vimos tres noches esa semana. La hija de Alicia jugaba con otros niños y nosotros bebíamos cerveza y charlábamos. Alicia había leído mis cuentos, me hablaba de su vida diaria, de la música que le gustaba. No hablamos de cosas íntimas, pero me pareció que estaba sola. Me intrigaba que siguiera viviendo en el pueblo, que nunca hubiera querido marcharse.

La última noche cerraron el bar pronto porque había fiesta en el pueblo de al lado. Alicia me propuso tomar una copa en su casa. Bebimos una cerveza en el salón; antes de acostarse, su hija me enseñó su cuarto y fragmentos de sus películas favoritas. Alicia fue a la cocina y yo miré por la ventana. Vi un montón de leña y las estribaciones del Maestrazgo: pensé que el primer amor quizá fuera el amor verdadero y me pregunté cómo sería vivir allí, con Alicia y su hija, como en un cuento de Alice Munro. Y, por un momento, me gustó la idea.

Entré en la cocina, le di un beso corto en los labios y me marché. Volví a Zaragoza al día siguiente.