Daniel Gascón

Mes: enero, 2015

TRES MANERAS DE LEER EL QUIJOTE

Alfredo Pérez Rubalcaba señaló en una ocasión que en España enterramos muy bien. Que a estas alturas estemos buscando los restos de dos de los escritores más importantes que ha dado el país, Federico García Lorca y Miguel de Cervantes, indica que al menos sabemos borrar muy bien las huellas. El epitafio de Shakespeare amenazaba a quienes pretendieran mover sus huesos, en lo que Fernando Trueba calificó en su Diccionario de cine como una advertencia anticipada a las adaptaciones cinematográficas. Pero es posible que una de las condenas de los clásicos es que no los dejemos descansar nunca, entre otras razones porque ellos tampoco nos dejan descansar a nosotros: un clásico es, como decía Italo Calvino, un libro que nunca se acaba de leer, y un libro que siempre nos dice cosas sobre el presente.

El resto, en el blog de Letras Libres.

CÓMO SE EDITA UN TEXTO: LAS CINCO REGLAS DE BOTSFORD

manuscrito

[Gardner Botsford fue editor de The New Yorker. En este extracto de Life of Privilege, Mostly, expone unas reglas para editar un texto.]

A principios de 1948, la entrega de «Carta desde París» y «Carta desde Londres» se trasladó desde el domingo a un día más civilizado de la semana, y a mí me trasladaron con ella. Otra persona pasó a encargarse de las noches de domingo y empecé a dedicar la mayor parte del tiempo a editar largas piezas factuales: «Perfiles», «Reportajes» y textos de ese tipo. Seguí editando a Flanner y Mollie Panter-Downes –de hecho, a partir de entonces edité todo lo que cualquiera de los dos escribiese para la revista–, y también me asignaron a varios escritores de primera clase del New Yorker, con muchos de los cuales formé alianzas permanentes. Eso implicaba menos tiempo con los escritores de menor calidad con los que había empezado, los Helen Mears y Joseph Wechsberg. Helen Mears era una escritora olvidable; a Joseph Wechsberg lo recordaré siempre. Era un incordio, un Mal Ejemplo y un rito de paso para cada editor junior. Para empezar, era checo y en realidad nunca aprendió inglés. (Aquí hay una observación biológica de Wechsberg que he conservado intacta a lo largo de los años: «Sin los largos hocicos de los abejorros, los pensamientos y el trébol rojo no pueden ser fructificados».) Además, había empezado como escritor de ficción (ahora es más conocido, si es que se le conoce por algo, por algunos relatos que publicó en la revista antes de la guerra) y, cada vez que los datos que necesitaba resultaban elusivos, se los inventaba. Como su escritura estaba desvinculada de la gramática, el vocabulario y la cordura (ver arriba), podía escribir muy deprisa, y no había nadie más prolífico que él. Sandy Vanderbilt siempre decía que había editado más a Wechsberg que yo, y que había editado más a Wechsberg de lo que el propio Wechsberg había escrito, por culpa de una pesadilla recurrente en la que trabajaba en un manuscrito implacable e interminable de Wechsberg que seguía supurando por mucho que Sandy trabajara, pero cuando fuimos a la morgue y sacamos el archivo de Wechsberg, ninguno de los dos podía recordar quién había editado qué, o, para ser más precisos, quién había escrito qué. Lo que nos molestaba era que Wechsberg era inmensamente popular entre los lectores, lo que quería decir que nosotros éramos inmensa, aunque anónimamente, populares entre los lectores. Cuando llegaron algunos editores que eran todavía másjuniors que yo –Bill Knapp, Bill Fain, Bob Gerdy y un par de figuras más transitorias–, les asignaron a Wechsberg y yo quedé libre al fin. No totalmente libre, por supuesto.

Como la revista publicaba cincuenta y dos números al año, la mayoría de los cuales contenía (entonces) al menos dos piezas factuales, era demasiado esperar que los escritores de primera fila pudieran satisfacer esa demanda. Eso abrió la puerta a escritores de segunda línea y yo (como Sandy, Shawn y todos los demás) tenía que echar una mano. Era el tipo de trabajo que me llevó a una serie de conclusiones sobre la edición.

Regla general n.º 1: Para ser bueno, un texto requiere la inversión de una cantidad determinada de tiempo, por parte del escritor o del editor. Wechsberg era rápido; por eso, sus editores tenían que estar despiertos toda la noche. A Joseph Mitchell le costaba muchísimo tiempo escribir un texto, pero, cuando entregaba, se podía editar en el tiempo que cuesta tomar un café.

Regla general n.º 2: Cuanto menos competente sea el escritor, mayores serán sus protestas por la edición. La mejor edición, le parece, es la falta de edición. No se detiene a pensar que ese programa también le gustaría al editor, ya que le permitiría tener una vida más rica y plena y ver más a sus hijos. Pero no duraría mucho tiempo en nómina, y tampoco el escritor. Los buenos escritores se apoyan en los editores; no se les ocurriría publicar algo que nadie ha leído. Los malos escritores hablan del inviolable ritmo de su prosa.

Regla general n.º 3: Puedes identificar a un mal escritor antes de haber visto una palabra que haya escrito si utiliza la expresión «nosotros, los escritores».       

Regla general n.º 4: Al editar, la primera lectura de un manuscrito es la más importante. En la segunda lectura, los pasajes pantanosos que viste en la primera parecerán más firmes y menos tediosos, y en la cuarta o quinta lectura te parecerán perfectos. Eso es porque ahora estás en armonía con el escritor, no con el lector. Pero el lector, que solo leerá el texto una vez, lo juzgará tan pantanoso y aburrido como tú en la primera lectura. En resumen, si te parece que algo está mal en la primera lectura, está mal, y lo que se necesita es un cambio, no una segunda lectura.

Regla general n.º 5: Uno nunca debe olvidar que editar y escribir son artes, o artesanías, totalmente diferentes. La buena edición ha salvado la mala escritura con más frecuencia de lo que la mala edición ha dañado la buena escritura. Eso se debe a que un mal editor no conservará su trabajo mucho tiempo, mientras que un mal escritor puede continuar para siempre, y lo hará. La buena escritura existe al margen de la ayuda de cualquier editor. Por eso un buen editor es un mecánico, o un artesano, mientras que un buen escritor es un artista.

[Imagen.]

[La traducción es mía: se publicó anteriormente en el blog de Fernando García Mongay.]

MARSÉ CUENTA UN CUENTO

Una reseña de Noticias felices en aviones de papel, en Revista de Libros.

LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN NO ES NEGOCIABLE

charlie mahoma

En 2011, la sede de Charlie Hebdo fue asaltada. Entonces escribí «En defensa de la blasfemia»:

Los fanáticos, esos “autistas morales”, como dice Isabel Turrent, se sentirán ofendidos por los chistes, por los besos en público, por las madres solteras, por la investigación científica, por la igualdad entre los sexos, por los derechos de los gays. Son ellos quienes deben cambiar. Mientras tanto, si hacemos lo correcto, no nos queda otro remedio que ofenderlos.

Reproduzco aquí estel editorial de Letras Libres:

El día 12 de marzo de 2004, horas después del atentado islamista de Atocha donde murieron 191 personas, el escritor Félix Romeo envió un correo electrónico a sus amigos con estas palabras de Salman Rushdie, un escritor que ha sufrido la persecución del fanatismo religioso: “para demostrar que el fundamentalista se equivoca, tenemos que saber primero que se equivoca. Tenemos que estar de acuerdo en qué es lo que importa: besarse en público, los bocadillos de jamón, la divergencia de opiniones, la última moda, la literatura, la generosidad, el agua, una distribución más justa de los recursos mundiales, las películas, la música, la libertad de pensamiento, la belleza, el amor. Esas serán nuestras armas”.

Esas palabras son oportunas hoy, tras el atentado asesino contra la redacción del semanario francés Charlie Hebdo. La libertad de expresión es un derecho irrenunciable, un elemento básico para el funcionamiento de una democracia. Una sociedad abierta se basa en la divergencia de opiniones. Las ideas solo se desarrollan cuando se enfrentan unas con otras, y las convicciones religiosas y morales deben formar parte del debate intelectual. Un régimen liberal no puede respetar un supuesto derecho a no ser ofendido.

Someter a crítica a las ideas es también reivindicar una concepción humanista que incluye el derecho a cambiar de opinión: reconocer el derecho de los demás a expresar ideas que no nos gustan también hace que nosotros mismos no seamos prisioneros de lo que pensamos en un momento determinado. La crítica de las ideas en tanto ideas –y esa crítica puede ser agresiva, sarcástica y destructiva– es un elemento imprescindible del respeto a las personas y su autonomía intelectual, a su libertad y derechos fundamentales.

En este día tan triste, Letras Libres manifiesta su solidaridad con esta publicación francesa y con las familias de las víctimas, expresa su repulsa ante este crimen y reafirma su compromiso con la libertad de expresión.