Daniel Gascón

Mes: octubre, 2014

GALERÍA DE RETRATOS

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1.

Stalin no era un loco, sino un ideólogo racional y extremadamente inteligente. Y eso es todavía más aterrador, cuenta Anne Applebaum.

2.

Diez anécdotas del mejor director de periódicos del siglo XX: Jordi Pérez Colomé escribe sobre Ben Bradlee.

3.

Remnick sobre Bradlee.

4.

David Trueba escribe sobre François Truffaut.

5.

Es complicado: The Economist sobre la obra de Jean Tirole.

6.

José Andrés Rojo: Henry James en la grieta entre Europa y América.

7.

Todavía quedan jueces en Berlín, por Ignacio Escolar.

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PATRICK MODIANO: LA MEMORIA Y LA NIEBLA

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Un texto sobre Patrick Modiano en el blog de Letras Libres.

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FÉLIX ROMEO ME RECOMIENDA LEER A PATRICK MODIANO

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Un correo de Félix Romeo del 20/10/2004, cuando yo vivía en Evreux, Francia:

QUERIDO DANIEL, está bien tener noticias….

cualquier libro de Modiano es bueno para empezar, pero creo que te gustará Dora Bruder, una historia real que Modiano investigó…. un libro que no creo que sea demasiado difícil de leer en el original…… creo que luego te harás ferviente modianista…… los últimos me gustan todos (Le petit bijou, Les inconus –creo que se escribe parecido–….)…. es una pena que en España no tenga un editor en condiciones

28/10:

¿cómo van tus lecturas de Modiano?

7/11:

¿sigues con Modiano?

17/11:

Modiano…. me gustaría poder escribir como Modiano: una historia sencilla y compleja, transparente y turbia, antigua y muy moderna…….. me temo que es dificilísimo, pero algún día tendré que intentarlo……..

6/12:

¿has seguido con Modiano?

16/12:

podrías intentar entrevistar a patrick modiano…… seguro que a Ricardo Cayuela le interesaría la entrevista para letras libres……….

18/01/2005:

me gustaría escribir como modiano… lo que tú dices de notario….. joder, lo que cuesta (me cuesta quiero decir) toda la farfolla, la psicología chunga y la sociología barata…. escribir sólo con datos y no con impresiones…… todo un trabajo… aunque todavía estoy a tiempo

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ME ACUERDO DE FÉLIX ROMEO

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Hace tres años que falleció Félix Romeo.

1.

Este texto salió en Artes & Letras de Heraldo de Aragón en octubre de 2011.

A diferencia de la mayoría de la gente que lo conoció, no recuerdo la primera vez que lo vi. Recuerdo que al principio me parecía un vikingo y lo asociaba a un libro que me gustaba: ‘Los vikingos en América’. El primer libro que me regaló fue ‘Un cuento de Navidad’ de Dickens. Me habló de ‘Dinero’, de Martin Amis. De niño, leí sus reseñas de ‘Cartero’ de Bukowski y de ‘El hombre solo’ de Bernardo Atxaga. Me explicó por qué era tan bueno ‘Catedral’ de Carver. Me recomendó ‘El indio más duro del mundo’ de Sherman Alexie: me dijo que un cuento de amor era tan bueno como los cuentos de amor de William Saroyan, y me dijo que leyera a Saroyan. En un viaje a Madrid hablamos de ‘La mancha humana’ y una noche en Zaragoza de ‘Intimidad’ de Kureishi. Cuando él estaba en Aberdeen y yo en Francia, me escribió un email sobre ‘El matrimonio amateur’ de Anne Tyler. Hablamos de Norman Manea, de Ayaan Hirsi Ali, de Joseph Brodsky, de Guy Delisle, de Lauzier, de Marjane Satrapi, de Milan Kundera, de Mario Vargas Llosa, de Natalia Ginzburg, de Leonardo Sciascia, de George Orwell, de Jean-Luc Godard, de Braulio Foz, de Ismael Grasa, de Eva Puyó, de Rodolfo Notivol, de Baltasar Gracián, de Juan José Sebreli, de Marguerite Duras, de Jorge Semprún, de Aharon Appelfeld, de Arthur Koestler, de Marcelo Birmajer, de José María Bardavío, de Antonio Pérez Lasheras, de Aurora Egido, de Ivan Klíma, de Arcadi Espada, de Claude Lanzmann, de ‘Los libros de los otros’. Fue el primero que me habló de Christopher Hitchens. Cuando iba de viaje me pedía que le trajera revistas y libros. Me regaló una edición americana de ‘Rebelión en la granja’ y una edición inglesa de ‘Los versos satánicos’, y ejemplares dedicados de ‘Felicidad obligatoria’ y ‘Cartas a un joven novelista’. El último libro que me regaló es una edición alemana de Charles Dickens: ‘Tiempos difíciles’.

2.

Un mundo sin Félix.

3.

Este es el texto que leí en la presentación de su libro póstumo, Noche de los enamorados:

Es una gran tragedia que Félix Romeo haya muerto tan joven. Es una gran tragedia sobre todo para él, pero también para la gente que lo quería y que nos hemos beneficiado de su inteligencia infatigable y su entusiasmo contagioso por la cultura, por los afectos y por la vida. Esa personalidad arrolladora a veces puede diluir lo que yo creo que Félix era por encima de todo: un escritor. Y un escritor que, como demuestra este último libro y como demuestran sus colaboraciones en prensa, estaba en plenitud de facultades y tenía todavía muchas cosas que darnos. Sin que sirva para paliar el dolor, es emocionante pensar que Félix Romeo tuvo tiempo de terminar y entregar a su agente un libro tan estremecedor y potente como Noche de los enamorados, un libro en el que creía profundamente y que recoge muchas de las cosas que le preocupaban. He editado bastantes textos de Félix y he estado en contacto directo con muchos de sus editores. Y Félix tenía ese elemento aparentemente caótico y torrencial, pero cualquiera de sus editores reconocerá su profesionalidad, su compromiso con la escritura. Siempre entregaba a tiempo. E incluso al final ha muerto antes de tiempo, pero ha entregado su libro a tiempo.

Noche de los enamorados habla del compañero de celda de Félix Romeo, Santiago Dulong. Félix lo conoció en la cárcel de Torrero, el 14 de febrero de 1995, donde estaba condenado por un delito de insumisión. Dulong, falangista y católico, había matado a su mujer, María Isabel Montesinos Torroba. Es posible que también hubiera asesinado a su primera mujer. En el juicio, celebrado unos meses después de ese encuentro, Dulong fue condenado “a las penas de treinta días de arresto menor por la falta de malos tratos de obra y un año de prisión menor por el delito de imprudencia temeraria”. Imprudencia temeraria quiere decir aquí estrangularla. Tras ese encuentro azaroso, Félix rumió y convivió, a lo largo de los años, con esa historia y con sus interrogantes: ese crimen y esa convivencia es lo que ha contado en esta novela. La escena del crimen, la primera parte, relata la vida de estos dos personajes y el momento en que Félix conoce a Dulong. La segunda parte, Los hechos probados, se centra en el homicidio y en la sentencia. Noche de los enamorados tiene mucho de investigación, y al leerlo pensaba en los libros de Modiano, uno de los autores preferidos de Félix, o en una de sus series de televisión favoritas, Crímenes imperfectos. Pero sobre todo creo que entronca con la tradición intelectual más noble: la de Voltaire, la de Zola o de Sciascia, donde un escritor detecta una injusticia y la denuncia. También es el relato de cómo se hace esa investigación. Félix entra en los foros de internet de las ciudades donde vivió la familia de María Isabel, pide informes de registro civil, visita la cofradía zaragozana del “Prendimiento del Señor y el Dolor de la Madre de Dios”, a la que Dulong perteneció “devotamente desde su fundación en 1947” y a la que también perteneció María Isabel, repasa el relato de los hechos en los periódicos aragoneses. También aparece otra de las cosas que le interesaban mucho a Félix Romeo: la historia de Zaragoza. Dulong era el bisnieto de Santiago Dulong Serrano, el primer alcalde republicano que tuvo la ciudad, en 1873. Santiago Dulong Serrano estuvo en la cárcel por sus ideas, mientras que su bisnieto fue a prisión por matar a su mujer: ese contraste no se subraya, pero está ahí. Félix Romeo sigue el rastro de Dulong Serrano en los periódicos de la época y en los libros de escritores aragoneses como Juan Moneva y Puyol. En la investigación de la vida de Santiago Dulong y María Isabel Montesinos Félix encuentra muchas cosas, pero también encuentra callejones sin salida, obstáculos burocráticos e incógnitas.

Dice Félix: “Este no es un libro sobre la justicia imposible que se administra sobre los muertos, sino un libro sobre las palabras. Palabras jurídicas. Palabras periodísticas. Palabras médicas. Palabras policiales. Testimonios orales. Palabras al viento, como el que azota ahora las ventanas de la habitación en la que ahora escribo”. Noche de los enamorados es también una forma de levantar las palabras para ver qué hay debajo. Y Félix Romeo, que era un gran aficionado a los diccionarios y escribió muchos, recurre con frecuencia al Diccionario de la Real Academia para buscar las palabras. Arcadi Espada dice que en cuanto detectas lo que oculta un eufemismo, ya lo has desactivado. Ese es uno de procedimientos que emplea Félix, pero no el único. Dice Félix también: “Tengo que agarrar esas palabras que describen lo que sucedió instantes antes de la muerte de María Isabel”. He leído varias veces el libro, y me impresiona su composición: la habilidad con la que Félix juega con los tiempos y con los testimonios, la importancia de los detalles, como la caída del pelo en la cárcel o el pelo que Santiago Dulong le corta a su mujer para dejarla “pelona” y quitarle su atractivo, como el dolor que siente Dulong al orinar y la meada de su mujer en el patio de casa horas antes de morir. Es un libro breve, pero lleno de cosas, donde todo significa mucho y no hay ningún elemento colocado por azar.

Noche de los enamorados también es un libro obsesivo, febril. Félix Romeo tuvo durante mucho tiempo ese caso en la cabeza, y no es difícil imaginarlo escribiendo de madrugada. Pocas lecturas me han transmitido una sensación comparable de intensidad e intimidad. Como en muchos de sus textos, hay un elemento metaliterario, una reflexión sobre lo que está escribiendo y sobre cómo debe leerse. Dice, por ejemplo: “Así que aquí falta su nombre y también falta su versión de la historia, o lo que ahora recuerde de esa historia que sucedió hace dieciséis años y que yo, no sabe por qué motivos, porque yo tampoco los conozco, vengo a remover, y de los que no pueden salir más que moscardas, gusanos y mal olor”. Y este libro, de una manera extraña, es una especie de autobiografía iceberg que casi puede pasar inadvertida porque, quizá al contrario de lo que parecía, Félix Romeo era un hombre muy pudoroso. Aquí Félix habla de su llegada a la cárcel, en unas páginas tremendas sobre el mal olor y la suciedad, que son dos de los temas de Noche de los enamorados. Habla también de su carrera de escritor: ingresa en prisión nada más publicar Dibujos animados. Su segunda novela, Discothéque, aparece también en el libro, porque es una novela que tiene mucho que ver con la violencia y la cárcel y hay un personaje inspirado en Dulong. También aparece Amarillo, el libro donde Félix hablaba del suicidio de su amigo Chusé Izuel. Noche de los enamorados tiene que ver mucho, además, con la escritura esencial y testimonial de Amarillo. Aparece también el programa de televisión La Mandrágora. Y aparece su novia, la pintora Lina Vila, que le ayuda en la investigación y ha hecho una portada en perfecta sintonía con Noche de los enamorados. Ismael Grasa ha dicho que es el libro del hijo de un policía, y creo que es una observación brillante: es una investigación corregida. También creo que Dulong es una especie de retrato en negativo, de opuesto o, como se dice en la Guerra de las Galaxias, de reverso tenebroso de un hombre enamorado del amor, que presumía de que tenía el nombre muy bien puesto: “Feliz Romeo”. Hay un momento en el que Félix se pregunta por qué le atrae esta historia y habla de “asomarse a un espejo oscuro”.

Félix Romeo tenía una idea moral de la literatura. La hemos visto en sus libros y en sus críticas. Una vez me dijo, en La Caja de los Hilos, “La literatura se escribe contra el mal”. No creo que este libro sea una manera de ajusticiar a unos difuntos y no me cuesta nada imaginar a Félix huyendo de cualquier interpretación solemne, pero creo que sí que es un libro sobre la justicia, y en cierta manera un intento de reparación. Félix Romeo habla de: “la evidencia de que la víctima se ha convertido en culpable. Ha pasado a ser la responsable de su asesinato. La que va a ser realmente juzgada”. Es un libro humanista, valiente y generoso: es la defensa de una víctima, no solo ante su asesino, sino ante la pereza, el apriorismo, la negligencia y la indiferencia que conspiran para admitir que, más o menos, Dulong solo dio un empujón a su mujer hacia la muerte. Es un libro contra la clasificación y la generalización: contra el psicólogo que, cuando le entrega un test a Félix en la cárcel y él se niega a responderlo, dice que ya se lo esperaba. Contra los policías que dicen que están hartos de tener que ir a casa de Santiago Dulong y que la próxima vez que los avisen sea cuando haya sangre. Es decir: una exprostituta, alcohólica y probablemente infiel, una mujer por cuyo asesinato no protesta nadie, también tiene dignidad. Por supuesto, no merece que la maten; pero, además, no merece que la juzguen por su forma de vida. Creo que esa es una de las cosas que quería decir Félix con este libro. Y quizá parezca una obviedad, porque España ha cambiado en estos dieciséis años, pero el mismo Félix decía a menudo que muchas veces olvidamos cosas obvias que son también esenciales. Noche de los enamorados, en cierta manera, reconstruye esa dignidad violada: lo hace recreando el crimen, desmontando el descuido y la parcialidad de la investigación, pero también especulando sobre la vida de María Isabel o emparentándola con personajes de la historia y la literatura, como Frida Kahlo, Artemisia Gentileschi, Sherezade u Ofelia. Esas referencias son todo lo contrario de la pedantería: son una forma de reconocer la humanidad de esa persona. Porque creo que Félix pensaba que la literatura sirve precisamente para eso: para revelar nuestras aristas, para mostrar la complejidad de todos, pero también una dignidad y una libertad que son al mismo tiempo individuales y universales. A veces, para mostrarla solo hay que saber mirar, ser capaz de ver. Y por eso Noche de los enamorados es un libro perturbador, obsesivo y profundamente moral: en cada una de sus páginas oigo hablar a nuestro amigo de cosas que le importan a él, y, como tantas otras veces, su voz imprescindible, hermosa y clara me recuerda que nos importan también a todos.

4.

Cumpleaños.

[La foto es de Aloma Rodríguez.]

LABORDETA, RUNCIMAN Y LA POLÍTICA

Sobre la importancia de meterse en política, en el blog de Letras Libres.

UN CRÍTICO LLAMADO BOYERO

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1.

Una carta de Elvira Lindo en El País:

Salgo con alegría de ver La isla mínima. Buen cine de género hecho en nuestro país con acentos del sur y un paisaje de impactante fotogenia que, asombrosamente, no había sido todavía retratado. Y esto me hace recordar, con rabia y estupor, el comentario que Carlos Boyero dedicó a esta película en el Festival de San Sebastián. A Boyero la película le había gustado (ahí coincidimos) pero, como suele, añadía su célebre toque visceral: “Con Raúl Arévalo no tengo demasiada química, siempre me resulta demasiado intenso, pretende ser tan natural que me resulta artificioso, aunque no me despierta una fobia comparable a la que siento por Javier Cámara”. Me pareció inaudito: ¿está Javier Cámara en la película reseñada? Pues no. Cámara no aparece, pero el crítico o comentarista aprovecha su pieza para repetirnos, una vez más, que no traga al cómico. Ya nos lo ha dicho por escrito varias veces. Lo sabemos.

¿Y esto es lo que esperamos de la crítica o de la información de las películas? ¿Que el abajo firmante nos informe de sus antipatías o de la “química” que le provocan o no ciertos artistas? Por supuesto que los creadores, desde cualquiera de los ámbitos que abordan sus oficios artísticos, pueden equivocarse, estar más o menos afortunados, pero al crítico también habría que exigirle algo más que exabruptos que solo divierten a los que disfrutan con un estilo basado en la falta de respeto. Como decía Fernán Gómez, el pecado español no es la envidia sino el desprecio. Y yo espero que mi periódico ofrezca algo más que desprecio en sus reseñas.

2.

El País y el cine.

3.

Lacuesta, Boyero y yo, por Juan Sardá.

4

La crítica espectacular, de Isaki Lacuesta.

5.

Una especie invasora, de Malcolm Otero Barral.

Los más benévolos lo llaman un crítico atípico, pero, como él mismo ha confesado en alguna ocasión, se siente incómodo con la etiqueta de crítico. Y así, de paso, se libra de alguna de sus molestas obligaciones como intentar que la exégesis vaya más allá del “me emocionó” o de su recurrente “me deja frío”. Boyero encontró hace años el personaje perfecto que le exime de ataduras. “No sé cómo se puede ser riguroso y analítico”, decía en una entrevista. Y lo ha llevado hasta el final: se ha convertido en una suerte de opinador privilegiado que, con un tono rayano a la conversación tabernaria, se atreve con cualquier cosa, de la literatura a la política pasando por el fútbol. Al jugar fuera de su campo se aventura a escribir, por ejemplo, que en España no se había publicado hasta hace poco Vida y destino, de Vasili Grossman. La primera edición tiene casi treinta años. Pero ¿cuál es la causa de su éxito? Por una parte, un gusto popular. Boyero rompe con la idea clásica del crítico alejado de la gente: a Boyero le gusta exactamente lo mismo que al hombre corriente y siente un desprecio absoluto por todo aquello que pueda parecer, aunque sea levemente, intelectual. Por otro, lo que realmente ha hecho de este crítico una pequeña estrella mediática es su carácter atrabiliario. Las presuntas verdades como puños del crítico titular de El País están cargadas de altanería y suficiencia y hacen las delicias de los lectores, siempre ávidos de morbo y muy atentos a su próximo exabrupto. En lo referente a la crítica, Carlos Boyero no eleva al espectador, no le enseña. Le da la razón a la masa, como si esta no viniera ya avalada por el éxito comercial, por los resultados. Que mi vecina, mi quiosquero y mis amigos menos cinéfilos piensen igual que Boyero denota que dejó hace tiempo, como al niño al que le ríen las gracias, de ser autoexigente. La función del crítico no es “acertar” lo que le guste a la mayoría de los espectadores. La razón al crítico se la dará el corte de la posteridad, que dirá si realmente estaba en lo cierto o no. No tengo ninguna duda de que Boyero sabe de cine pero, como parece obvio, esa es una condición necesaria pero no suficiente. El problema no está en sus concesiones al cine burdamente comercial, ni en la falta de respeto por cinematografías de otras latitudes, sino en la posición desde la que escribe. Boyero, muy consentido, se limita a subir el pulgar o a bajarlo en un juicio implacable como un César que no tiene necesidad ninguna de albergar sentimiento empático alguno. A uno puede gustarle o no la última película de Almodóvar pero, y eso es incontrovertible, el que tiene el talento es el director manchego y no al revés. En cuanto al tono bilioso de Boyero, no se entiende la permisividad de su medio ante los insultos. Es muy curioso que mientras José María Izquierdo se ha dedicado a denunciar en el periódico los excesos verbales de la derecha mediática más ultramontana, el mismo diario permita los desmanes de Boyero que, como él mismo reconoce, tiene “cierta capacidad para el insulto”. Porque, no nos engañemos, tan malditamente poco graciosas resultan las mofas de Federico Jiménez Losantos como las de Carlos Boyero al llamar anormal, tarado o nazi a alguien, ya sea un director de cine o a un entrenador de fútbol. No se entiende por mucha aceptación que tenga en la red y muchas preguntas que le hagan en sus encuentros digitales en directo. Pero la culpa no es del crítico. Él estaba en otro ecosistema, en el mismo que Jiménez Losantos por cierto, y allí quizás no desentonaba tanto. En un golpe maestro, el líder de la prensa española le roba el crítico de referencia al segundón rompiendo una norma básica de la zoología: no se pueden trasladar especies de un hábitat a otro porque al poco empezarán a devastar el nuevo y será difícilmente recuperable. La prensa tiene compromisos adquiridos con los lectores. La información veraz y contrastada es el más importante. Pero crear opinión es también una obligación de los medios, e intentar que sea una opinión de calidad debería ser un objetivo. No se puede ceder ese principio, abaratando la crítica, por cuatro clics en la web. No se debe dar pábulo al matonismo escrito de quien resuelve sus diferencias personales a través del periódico y no es admisible que el diario que aspira a mantenerse en la élite internacional esté trufado de ofensas baratas propias de una gacetilla de cuarta. El País no puede permitirse un crítico de referencia se jacte de no serlo y se coloque siempre por encima del creador. No conozco a Carlos Boyero (aparte de los datos biográficos que él mismo se ha encargado de propagar como antiguas adicciones o cómo le gustan las señoras) pero amigos comunes me dicen que es un tipo estupendo. No lo dudo. Sus conocimientos enciclopédicos del cine, su desparpajo y la mala leche que destila en el periódico deben de ser muy entretenidos en persona. Pero, si puedo elegir, prefiero conocer el “gratuito universo” de Javier Rebollo que la desternillante compañía de Carlos Boyero.

6.

Rescate: El crítico y el festival de Cannes (2008):

Creo que Carlos Boyero ha escrito las crónicas del Festival de Cannes en El País. Es el crítico de cine estrella del diario. He seguido sus artículos con atención. Entre otras cosas porque me recuerdan a esos emails colectivos que mandan los amigos cuando se van de viaje a Estados Unidos y te cuentan que se compraron un peine en una gasolinera. Y porque pienso en la gente que va reclutada forzosamente a una guerra lejana y horrible, y escribe cartas a sus padres, que se preocupan por si el niño duerme bien, pero a los que les trae sin cuidado de qué va la contienda:

“También me han alojado este año en un hotel lujoso y con pedigrí, cuya salida está poblada a todas horas por inasequibles filas de mirones esperando con ansia la entrada de famosos y de estrellas, sensación que puede llegar a efectos orgásmicos en este paciente público si sus ídolos les saludan y les firman un autógrafo. Y uno se siente como el patito feo cada vez que hace su aparición por aquí, al constatar la desilusión de esa gente al comprobar que yo no soy una personalidad conocida, que sólo es uno que siempre pasa por ahí.”

De este fragmento me interesan la gramática (“público”, “les saludan”, “les firman”; “uno”, “yo”, “uno”), y la humildad (¿de quién es la desilusión?, “uno que siempre pasa por ahí”). El público ansioso, paciente y desgraciadamente ignorante no lo aprecia porque no lo conoce. Y puede que les pase lo mismo a los lectores que quieran saber algo más de las películas. Pero yo me preocupo por lo que le espera al cronista:

“Entre las 23 películas que compiten en la trascendente sección oficial, el cine francés se ha reservado la comprensible tajada del león. Y están los inevitables chinos, aunque afortunadamente esta vez no han abusado en número”.

Y me preocupo todavía más. En el festival de cine más famoso del mundo esperan que los críticos vean películas:

“A diferencia de los programadores con aficiones sádicas que nos machacan en otros festivales con sus horarios imposibles, Cannes mantiene como algo inviolable el ritual de que la primera película de la jornada en la Sección Oficial se proyecte a las legañosas y temibles ocho y media de la mañana y la última a las ya relajantes siete de la tarde. Gracias a lo segundo, en el higiénico convencimiento de que no sólo de cine deben de vivir los críticos, excepto los que tienen una obsesión patológica por tragárselo todo, sino que también hay que permitirles algo tan humano, necesario y lúdico como ir a cenar, hacer risas, hablar de lo divino y de lo humano, saborear mínimamente el ambiente nocturno de Cannes, ofrecerle un festín a la mirada con la abusiva concentración de gente guapa.

Preocupantemente, esos horarios parecen estar cambiando. El domingo no hubo proyección de tarde y el lunes la retrasaron a las diez de la noche, algo que te descoloca mentalmente, contra lo que se rebela tu estómago, que te hace maldecir a los que te dejan sin cenar, sin ese momento mágico que alivia de la paliza mental que supone ver más de 40 películas en 11 días”.

Es absurdo ver tantas películas cuando ya sabes lo que piensas de antemano. Pero a veces merece la pena el esfuerzo y el crítico llega a una síntesis de altura: “Desplechin hace unas cosas muy raras con su cámara para filmar este reencuentro familiar a lo largo de dos horas y media”. En otras ocasiones no. En esos casos lo que se echa de menos es que el periódico no traiga fotografías del crítico viendo la película, o información sobre su tensión arterial y sus pulsaciones. Los textos superan lo que dice Ricardo Piglia –que afirma que la crítica es la forma moderna de autobiografía- y toman cierto aire de informe médico, a veces con aspecto de diagnóstico: “Sin embargo, soy inmune e incluso alérgico a la presumible fascinación que desprenden las películas de la directora argentinaLucrecia Martel”. Y a veces con forma de síntoma: “Por lo demás, no encuentro nada que se pueda narrar. ¿El desarreglo mental de la protagonista será debido a la menopausia?”.

Pero pese a deslices como éste, el crítico tiene un fraseo característico y entrañable (“Se llama Charlie Kaufman”, “un joven director alemán llamado Wim Wenders”, “Se llama Mike Tyson”, “por ese actor que ya está más allá del bien y del mal llamado Sean Connery”, “ese actor intenso y magnético llamado Sean Penn”), y siempre incluye fragmentos de indudable valor informativo. SobreChe, escribe:

“En su estreno comercial serán dos partes que no se presentarán a la vez, pero como aquí todo se hace a lo bestia y se supone que lo que más amamos los presentes es pasarnos infinitas horas en la butaca y en medio de la oscuridad, la proyectan de un tirón, eso sí, con un agradecible intermedio en el que al igual que en el colegio o cuando nos llevaban los papás a los añorados programas dobles, nos obsequian con una bolsa con el anagrama de Che que contiene un bocadillo, una chocolatina y una botella de agua”.

Aunque este fragmento epifánico es mejor todavía:

“Pero lo más grandioso que me ha ocurrido en la jornada de ayer es tener cenando en la mesa de al lado a un individuo con la cara tatuada, mirada que parece haberse puesto de acuerdo con la vida o al menos resignado, tratando con amorosa delicadeza a una mujer muy joven, negra y preciosa. Su proteica personalidad, su legendaria carrera y su tortuosa vida es una estremecedora película sobre el esplendor y el fracaso, sobre la redención y el derrumbe, la destrucción y la autodestrucción. Se llama Mike Tyson. (…) Yo veo esas manos legendarias, la electricidad que se puede crear en ese cerebro y en esa anatomía y me echo a temblar de que alguien intente abusar de su paciencia. No ocurre nada. No salimos en la crónica de sucesos. Creo no ser mitómano pero tener al lado durante un par de horas a una leyenda de semejante calibre me provoca cierto hormigueo».

A mí, sinceramente, también.

UN BRINDIS POR BOHUMIL HRABAL

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He leído  Los frutos amargos del jardín de las delicias (Galaxia Gutenberg, 2014), la estupenda biografía del gran Bohumil Hrabal, que habría cumplido cien años en 2014. La autora, la novelista y traductora de Hrabal Monika Zgustova, cita dos deseos de Hrabal relacionados con la auténtica espuma de los días:

“Me gustaría tener una hija –apunta Hrabal para sí mismo– que naciera de la espuma de la cerveza, una vez que los dioses me hayan privado de la masculinidad, como a Cronos, del sexo sextirpado del cual el mar en torno a Chipre se hizo espuma y de esa tierna espuma nació la bella Venus. Pero nosotros no habitamos los mitos, ni las preciosas leyendas… de modo que si yo tuviera que tener una hija, por lo menos la bautizaría con cerveza y el primer año de su vida la bañaría solo y exclusivamente en cerveza… Cuando llegue mi hora, yo mismo me administraré la extremaunción… la extremaunción con cerveza de Pilsen”.

Y tambén:

“Me gustaría que en mi última hora alguien me diera la extremaunción con cerveza –escribe a su amigo Marysko en aquella época–, así llegaría al horno crematorio untado con cerveza y ya no desearía nada, solo que metiesen mis cenizas en una gran lata de cerveza… y que así me enterraran en la tumba familiar en el cementerio de Hraditško, en aquella tumba que compré como regalo de cumpleaños a mi mujer…”.

Y otra frase que Zgustova cita del autor de Una soledad demasiado ruidosa: «Un texto debe ser como una cuchilla de afeitar escondida en un pañuelo».

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