EVASIÓN O VICTORIA
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Fer país, por Arcadi Espada:
La confesión de Pujol, cuyo análisis somero revela que se trata más de una confesión ante Dios que ante los hombres, más de un pecado que de un delito; que incluye hasta la expiación y donde claman por su ausencia detalles laicos como la cantidad de dinero evadido o el nombre del testaferro que se ocupó de la herencia de papá, destruye de cualquier modo la atenuante patriótica de las ilegalidades. La evidencia de que durante cada minuto de los 23 años que duró su mandato la Presidencia de la Generalidad estuvo en manos de un evasor fiscal es insoportable para el tópico del fer país y se aproxima mucho más al tópico manejado por el doctor Johnson. Es decir, al patriotismo como refugio del crimen. Tener decenas de millones de las antiguas pesetas en el extranjero no sólo revela un delito fiscal, incompatible con formar parte de la élite que elabora y decide las leyes fiscales. Es que, en el caso del político, y aún más del político obstinado en la construcción nacional, exhibe una lacerante desconfianza colectiva. Una desconfianza en la propia nación que con la mano desocupada va construyéndose.
La confesión abre también un interesante panorama en Cataluña. Los delitos de los que se le acusa obligan a su sucesor, Artur Mas, a acabar con el estatus de ex presidente de la Generalidad de que disfruta Pujol y a su destitución como presidente fundador del partido. Un evasor fiscal no puede disfrutar de los privilegios de cargos que ejerció ilegítimamente ni puede representar ¡honoríficamente! a ningún partido político.
Pero más allá de las decisiones que tomen con él sus pares está la reacción de los ciudadanos. Me escribía ayer un querido amigo: «¿Cómo va a reaccionar una población cuya conciencia ha sido comprada a lo largo de muchos años? ¿Saludarán al ex honorable en las reuniones sociales, en los descansos de jornadas y conferencias, en las fiestas mayores y demás kermeses menestrales?». Es decir, y esta es la pregunta brutal: ¿Seguirá manteniendo la mayoría de los ciudadanos de Cataluña esa reacción de simbiosis con el nacionalismo, esa identificación autofágica donde Cataluña era Pujol y Pujol era Cataluña, a riesgo de que además de patriotas los llamen defraudadores?
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Una gramática nada honorable, por Xavier Pericay.
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Todo puede empeorar o la confesión de Jordi Pujol, por Joan J. Queralt.
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Ignacio Escolar: El caso Pujol y la curiosa lógica partidista.
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Ética, estética y políticamente concurren además tres agravantes. Uno es que la ocultación de detalles clave (cuantía, fechas, lugares, concepto, reparto) se perpetuó en su infausto comunicado del día 25. Para enmascarar la realidad, Pujol Soley atribuyó su fortuna familiar en paraísos fiscales al “rendimiento de una actividad económica de la cual ya se ha escrito y comentado”, protagonizada por Florenci. Esta “actividad económica” evoca a buen seguro su evasión fiscal a Suiza, por la que apareció en una lista de evasores publicada por el BOE en 1959 y por la que fue levemente castigado. Si el hijo dice ahora la verdad (era en su generación muy raro que un suegro testase en favor de una nuera, obviando a la propia, y muy querida, hija), el caso suma más de 55 años de ilegalidad, a través de tres generaciones.
Otro agravante estriba en la excusa que el hijo atribuye al padre: tras la brutal experiencia de la guerra “tenía miedo de lo que podía pasarle a un político muy comprometido”. Prudencia verosímil, incluso loable previsión, la del síndrome del exiliable. Pero que usa para confundir: se puede tener dinero en Suiza, incluso legalmente, pagando los correspondientes impuestos. No se dejen marear por la mezcla indebida de seguridad y fraude.
El tercer remache es la enervante coartada de que “lamentablemente no se encontró nunca el momento adecuado para regularizar” esa herencia. ¿Por desorden, por despiste, por falta de calendario? ¿O acaso por grácil racanería, porque la mayoría de la familia beneficiaria no quiso acudir siquiera a la generosa última amnistía fiscal, pues habría tenido que pagar un leve 10% del patrimonio negro? ¿Se creían su halo de impunidad, convencidos de que el pasado de su jefe de filas como valiente antifranquista y patriarca de la democracia y la autonomía, le otorgaba patente de corso para cualquier desatino?
Atención: esas consideraciones se formulan teniendo en cuenta solo su confesión, y no los indicios judiciales sobre actuaciones (quizá) ilegales del clan. Otros son más duros. “Seguramente se lo merece” (el escarnio público), musitó ayer su austero cuñado y ex alter ego, el respetado historiador Francesc Cabana, harto de poner siempre la mano en el fuego por él… y de quemársela.
Contra lo que sostiene Mas, el asunto desborda el ámbito personal, porque Pujol lo ha sido todo en Convergència, su fundador y su ideólogo; y es, hasta hoy, no un abuelo cebolleta, sino su presidente de honor e icono histórico por haber presidido la Generalitat en seis legislaturas. Mas debería saberlo como el que más: fue su consejero de Finanzas, su conseller en cap, su hereu político en el liderazgo de CDC, nombrado a dedo por Pujol, en detrimento de Josep Antoni Duran Lleida.
Por eso Mas exaltó un día a “la persona que ha destacado por encima de las demás, que ha asumido el mayor riesgo y también el liderazgo de nuestras acciones y que obviamente tiene, de mucho, el mérito principal: el presidente Pujol” y “los que más alto podemos decir todo esto (…) somos precisamente las personas que tomamos su relevo, que recogemos su testimonio”. Era su discurso, el 20 de enero de 2002, al ser proclamado candidato de CDC a la Generalitat
Por eso, o Mas rebobina su blandenguería y sutura de cuajo elcaso Pujol o este, como Sansón con el templo, le arrastrará a su sepultura política y cívica.
Pujol ha pretendido con su confesión una “expiación”, de cariz religioso, más que político. Olvida que aquella exige decir los pecados al confesor (todos y con detalle, no alguno inconcreto y sin cuantificar; y ante quien corresponde: la sede del Parlament); propósito de la enmienda (incompatible con la ocultación de parte del pasado) y cumplir la penitencia: renunciar a los cargos, prebendas, títulos, fundaciones y subvenciones, que es la versión laica de hacerse monje de clausura. Y es que ¿alguien decente aspirará jamás al bello tratamiento de Molt Honorable, si lo continúa detentando el Gran Defraudador?
El terremoto moral que está suponiendo en Cataluña la confesión del expresidente solivianta a los ciudadanos: con una rotundidad extraordinaria para una sociedad cuya conciencia ha sido durante décadas baqueteada por el simplón moralismo asimétrico del nacionalismo pujoliano. Amenaza seriamente con destruir al propio partido fundado por Pujol. Induce a reflexionar a los soberanistas de buena fe sobre la realidad, la retórica y la causalidad del, así aireado, expolio económico de Cataluña. Y en esa medida incomoda y posiblemente obstaculice la dinámica del proceso independentista, al que el viejo dirigente otorgó su bula.
Posiblemente. No es seguro, porque la alternativa radical al nacionalismo-antes-moderado está ahí, preparada, acogedora, dispuesta a engullir a Mas —quien ya exhibe tozuda inclinación a ser abrazado por el oso— y a su patrulla de admiradores de Sansón. Por cierto, ¿por qué quedaron 48 horas mudos, de repente, gentes como el locuaz portavoz Quico Homs?
Quizá rumiaban, jóvenes Brutus, una traición temprana a Mas. O quizá, en la desolación, algún prohombre de la Cataluña oficial esté pensando —además del previsor Duran Lleida, que se apartó ¿a tiempo? del diluvio— en la necesidad de modular estrategias, volver a la centralidad, desdeñar el precipicio.
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