Daniel Gascón

Mes: julio, 2014

EVASIÓN O VICTORIA

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1.

Fer país, por Arcadi Espada:

La confesión de Pujol, cuyo análisis somero revela que se trata más de una confesión ante Dios que ante los hombres, más de un pecado que de un delito; que incluye hasta la expiación y donde claman por su ausencia detalles laicos como la cantidad de dinero evadido o el nombre del testaferro que se ocupó de la herencia de papá, destruye de cualquier modo la atenuante patriótica de las ilegalidades. La evidencia de que durante cada minuto de los 23 años que duró su mandato la Presidencia de la Generalidad estuvo en manos de un evasor fiscal es insoportable para el tópico del fer país y se aproxima mucho más al tópico manejado por el doctor Johnson. Es decir, al patriotismo como refugio del crimen. Tener decenas de millones de las antiguas pesetas en el extranjero no sólo revela un delito fiscal, incompatible con formar parte de la élite que elabora y decide las leyes fiscales. Es que, en el caso del político, y aún más del político obstinado en la construcción nacional, exhibe una lacerante desconfianza colectiva. Una desconfianza en la propia nación que con la mano desocupada va construyéndose.

La confesión abre también un interesante panorama en Cataluña. Los delitos de los que se le acusa obligan a su sucesor, Artur Mas, a acabar con el estatus de ex presidente de la Generalidad de que disfruta Pujol y a su destitución como presidente fundador del partido. Un evasor fiscal no puede disfrutar de los privilegios de cargos que ejerció ilegítimamente ni puede representar ¡honoríficamente! a ningún partido político.

Pero más allá de las decisiones que tomen con él sus pares está la reacción de los ciudadanos. Me escribía ayer un querido amigo: «¿Cómo va a reaccionar una población cuya conciencia ha sido comprada a lo largo de muchos años? ¿Saludarán al ex honorable en las reuniones sociales, en los descansos de jornadas y conferencias, en las fiestas mayores y demás kermeses menestrales?». Es decir, y esta es la pregunta brutal: ¿Seguirá manteniendo la mayoría de los ciudadanos de Cataluña esa reacción de simbiosis con el nacionalismo, esa identificación autofágica donde Cataluña era Pujol y Pujol era Cataluña, a riesgo de que además de patriotas los llamen defraudadores?

2.

La evasión.

3.

Una gramática nada honorable, por Xavier Pericay.

4.

Todo puede empeorar o la confesión de Jordi Pujol, por Joan J. Queralt.

5.

Ignacio Escolar: El caso Pujol y la curiosa lógica partidista.

6.

Escribe Xavier Vidal-Folch:

Ética, estética y políticamente concurren además tres agravantes. Uno es que la ocultación de detalles clave (cuantía, fechas, lugares, concepto, reparto) se perpetuó en su infausto comunicado del día 25. Para enmascarar la realidad, Pujol Soley atribuyó su fortuna familiar en paraísos fiscales al “rendimiento de una actividad económica de la cual ya se ha escrito y comentado”, protagonizada por Florenci. Esta “actividad económica” evoca a buen seguro su evasión fiscal a Suiza, por la que apareció en una lista de evasores publicada por el BOE en 1959 y por la que fue levemente castigado. Si el hijo dice ahora la verdad (era en su generación muy raro que un suegro testase en favor de una nuera, obviando a la propia, y muy querida, hija), el caso suma más de 55 años de ilegalidad, a través de tres generaciones.

Otro agravante estriba en la excusa que el hijo atribuye al padre: tras la brutal experiencia de la guerra “tenía miedo de lo que podía pasarle a un político muy comprometido”. Prudencia verosímil, incluso loable previsión, la del síndrome del exiliable. Pero que usa para confundir: se puede tener dinero en Suiza, incluso legalmente, pagando los correspondientes impuestos. No se dejen marear por la mezcla indebida de seguridad y fraude.

El tercer remache es la enervante coartada de que “lamentablemente no se encontró nunca el momento adecuado para regularizar” esa herencia. ¿Por desorden, por despiste, por falta de calendario? ¿O acaso por grácil racanería, porque la mayoría de la familia beneficiaria no quiso acudir siquiera a la generosa última amnistía fiscal, pues habría tenido que pagar un leve 10% del patrimonio negro? ¿Se creían su halo de impunidad, convencidos de que el pasado de su jefe de filas como valiente antifranquista y patriarca de la democracia y la autonomía, le otorgaba patente de corso para cualquier desatino?

Atención: esas consideraciones se formulan teniendo en cuenta solo su confesión, y no los indicios judiciales sobre actuaciones (quizá) ilegales del clan. Otros son más duros. “Seguramente se lo merece” (el escarnio público), musitó ayer su austero cuñado y ex alter ego, el respetado historiador Francesc Cabana, harto de poner siempre la mano en el fuego por él… y de quemársela.

Contra lo que sostiene Mas, el asunto desborda el ámbito personal, porque Pujol lo ha sido todo en Convergència, su fundador y su ideólogo; y es, hasta hoy, no un abuelo cebolleta, sino su presidente de honor e icono histórico por haber presidido la Generalitat en seis legislaturas. Mas debería saberlo como el que más: fue su consejero de Finanzas, su conseller en cap, su hereu político en el liderazgo de CDC, nombrado a dedo por Pujol, en detrimento de Josep Antoni Duran Lleida.

Por eso Mas exaltó un día a “la persona que ha destacado por encima de las demás, que ha asumido el mayor riesgo y también el liderazgo de nuestras acciones y que obviamente tiene, de mucho, el mérito principal: el presidente Pujol” y “los que más alto podemos decir todo esto (…) somos precisamente las personas que tomamos su relevo, que recogemos su testimonio”. Era su discurso, el 20 de enero de 2002, al ser proclamado candidato de CDC a la Generalitat

Por eso, o Mas rebobina su blandenguería y sutura de cuajo elcaso Pujol o este, como Sansón con el templo, le arrastrará a su sepultura política y cívica.

Pujol ha pretendido con su confesión una “expiación”, de cariz religioso, más que político. Olvida que aquella exige decir los pecados al confesor (todos y con detalle, no alguno inconcreto y sin cuantificar; y ante quien corresponde: la sede del Parlament); propósito de la enmienda (incompatible con la ocultación de parte del pasado) y cumplir la penitencia: renunciar a los cargos, prebendas, títulos, fundaciones y subvenciones, que es la versión laica de hacerse monje de clausura. Y es que ¿alguien decente aspirará jamás al bello tratamiento de Molt Honorable, si lo continúa detentando el Gran Defraudador?

El terremoto moral que está suponiendo en Cataluña la confesión del expresidente solivianta a los ciudadanos: con una rotundidad extraordinaria para una sociedad cuya conciencia ha sido durante décadas baqueteada por el simplón moralismo asimétrico del nacionalismo pujoliano. Amenaza seriamente con destruir al propio partido fundado por Pujol. Induce a reflexionar a los soberanistas de buena fe sobre la realidad, la retórica y la causalidad del, así aireado, expolio económico de Cataluña. Y en esa medida incomoda y posiblemente obstaculice la dinámica del proceso independentista, al que el viejo dirigente otorgó su bula.

Posiblemente. No es seguro, porque la alternativa radical al nacionalismo-antes-moderado está ahí, preparada, acogedora, dispuesta a engullir a Mas —quien ya exhibe tozuda inclinación a ser abrazado por el oso— y a su patrulla de admiradores de Sansón. Por cierto, ¿por qué quedaron 48 horas mudos, de repente, gentes como el locuaz portavoz Quico Homs?

Quizá rumiaban, jóvenes Brutus, una traición temprana a Mas. O quizá, en la desolación, algún prohombre de la Cataluña oficial esté pensando —además del previsor Duran Lleida, que se apartó ¿a tiempo? del diluvio— en la necesidad de modular estrategias, volver a la centralidad, desdeñar el precipicio.

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POR LA TARDE FUI A NADAR

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1.

1914-2014: Las rimas de la historia, de Margaret MacMillan.

2.

José Álvarez Junco sobre el verano del 14.

Se impuso, en resumen, el nacionalismo en un tercer sentido, el peor de todos: el que lo identifica con políticas agresivas, imperialistas o militaristas, dirigidas a expandir los territorios dominados por un Estado. Porque los dirigentes políticos utilizan la retórica nacional, como cualquier otra que les convenga, para ampliar su poder. Y las pasiones que despertaron en aquella coyuntura hicieron que las muchedumbres perdieran la sensatez más que sus propios azuzadores, que al final comprendieron que se hallaban al borde del abismo e intentaron evitar la caída. Basta leer los angustiados telegramas que el zar ruso y el emperador austríaco se intercambiaron en aquel julio de 1914 animándose a frenar los impulsos bélicos en sus respectivas sociedades.

Una vez terminado el conflicto, lo que se ofreció como solución y garantía de que no habría nuevas guerras fue, de nuevo, el nacionalismo, entendido esta vez en un cuarto sentido: como principio doctrinal. Un principio según el cual cada pueblo o nación debe tener un Estado propio. La paz negociada en 1919 se inspiró en los 14 puntos de Wilson, para quien el problema europeo era que había imperios demasiado heterogéneos y era preciso crear un Estado para cada pueblo. Imperios como el austrohúngaro, zarista o turco eran, para él, el paradigma de la complejidad arcaica, mientras que veía en el Estado-nación una fórmula política sencilla y moderna. Pero el nuevo mundo de Estados-nación no resolvió los problemas, sino que creó otros: minorías discriminadas, desplazamientos masivos de población, territorios irredentos, agravios interminables.

La paz de 1919 no trajo la estabilidad, sino nuevas convulsiones. Estados Unidos, tras haber decidido el resultado de la guerra, negociado el tratado de París e ideado la Sociedad de Naciones, se retiró del escenario. Con lo que se produjo un vacío de poder internacional, sin una potencia hegemónica capaz de sustituir a Gran Bretaña. Los europeos, incapaces de comprender que tras la “guerra de las tribus blancas” nadie los veía ya como “razas superiores”, que no tenían misión civilizadora alguna de la que presumir ante el resto del mundo, reavivaron sus rivalidades; y en ese caldo se cultivó Hitler. A corto plazo, de la Gran Guerra los europeos aprendieron muy poco. Las dolorosas enseñanzas solo llegaron tras la Segunda. Solo desde 1945 se comprendió que el recurso habitual a la fuerza como instrumento político acababa en guerras globales. Solo entonces se empezó a abandonar la idea de las grandes potencias y las áreas de influencia. Con lo que se ha conseguido que conflictos como los balcánicos de los años noventa, tan similares a los de antaño, o la actual crisis ucraniana, no hayan superado el nivel local.

De 1919 procede también la idea de crear un orden institucional internacional destinado a evitar las guerras. La Sociedad de Naciones fracasó, pero fue sucedida en 1945 por las Naciones Unidas, esta vez ya con plena implicación estadounidense. Y hoy avanzamos lentamente hacia un orden jurídico-político supranacional, por medio del TPI, el Consejo de Europa o los pactos universales sobre la imprescriptibilidad del genocidio o los crímenes contra la humanidad.

Europa, en resumen, decayó por los nacionalismos y ahora, desde hace sesenta años, intenta superarlos. No es buen momento, desde luego, para lanzar flores a la UE, pero es lo mejor que tenemos, el único gran proyecto en el que estamos embarcados. Aunque es un experimento sin precedentes históricos, en la medida en que repita alguna fórmula conocida no sería malo que se aproximara más a los viejos imperios multiculturales que al moderno Estado-nación. No porque fueran autocracias, obviamente, sino porque su legitimidad política no se debía a la homogeneidad cultural de sus componentes. El demos soberano de una entidad política moderna no es una etnia; es un conjunto de individuos muy dispares que tienen en común su aceptación de, y sumisión a, una misma estructura institucional; la cual les convierte, no en miembros de una fratría, sino en ciudadanos libres e iguales.

3.

Por qué parece que cada vez hay más conflictos, por Jordi Pérez Colomé.

4.

Rusia embarazada, por Vladimir Sorokin.

5.

Jesús M. Pérez escribe sobre la historia de Israel y desmonta unas cuantas mentiras comunes.

6.

¿A quién le importan los muertos de Siria?

7.

Un selfie en Auschwitz, por Arcadi Espada.

8.

Ayer, un célebre escritor español publicó esto en un periódico de tirada nacional.

9.

[Bonus track: La guerra que lo cambió todo.]

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EL POPULISMO COTIDIANO

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1.

La elección de Juncker entre la historia y la histeria, por Ignacio Molina y Elina Viilup.

«Lejos de sentir satisfacción porque Bruselas fuera al fin capaz de producir un avance de alta política después de tanto tiempo alimentando la triste dinámica tecnocracia-populismo, el PSOE prefirió oponerse a la decisión de su grupo. Lo hizo sólo con la frágil compañía de sus correligionarios en Reino Unido y Suecia; dos países poco europeístas y fuera de la moneda común. Se trata, pues, de una decisión grave que rompe la larga tradición pactista de la socialdemocracia española en asuntos europeos y que se ha intentado explicar subrayando la causa aún más grave que motivaría este giro: el sufrimiento y desempoderamiento experimentados por muchos ciudadanos durante los últimos cinco años. A ojos de muchos progresistas, la crisis del Euro habría roto el difícil equilibrio que debe guardar un partido democrático de gobierno para ser a la vez responsivo con las preferencias de sus votantes y responsable frente a la UE, optándose ahora por el segundo objetivo de forma tan exagerada que casi se habría vaciado de contenido la existencia de programas diferentes y, por tanto, de alternativas para satisfacer los deseos de sus electorados.

Esa desagradable sensación explica que, si bien España sea uno de los pocos países europeos en los que jamás ha existido una gran coalición, en el imaginario de cierta izquierda se ha instalado la idea de un “PPSOE” que supuestamente gobierna y que debe ser castigado. Los dirigentes socialistas han reaccionado con pánico ante la pérdida de votantes que eso podría suponer y han optado por subrayar tanto en la campaña de mayo como en sus elecciones primarias que no apoyarían a alguien que, en vez de encarnar un hito democrático y la posibilidad  de restablecer el consenso que tanto necesita Europa, era presentado simplificada e injustamente como el candidato de la derecha austericida.

Las premisas sobre la que se construye esa actitud pueden ser sólo electoralistas o quizás más respetables: una denuncia sincera del deterioro democrático, que ha frustrado sobre todo a los grupos sociales más débiles, o un intento de politizar la UE con una auténtica pauta de gobierno izquierda-derecha. Pero incluso en ese caso, la conclusión sería equivocada. En primer lugar, porque el débil y plural demos a escala continental hace implausible e indeseable que las instituciones europeas dejen de estar gobernadas por un amplio entendimiento que abarque al menos a socialdemócratas y democristianos de Norte y Sur. Precisamente la mala experiencia reciente de políticas económicas tan sesgadas geográfica e ideológicamente debían de haber convencido al PSOE de que es mejor aspirar al equilibrio programático y ubicarse a escala europea en el eje que divide a partidarios y detractores de la integración para tratar de responder a la mayoría social que aspira a una UE ambiciosa. Resulta incluso más eficaz pues, desmarcándose ahora tan rígidamente del apoyo a Juncker, los socialistas españoles se han autodescartado de poder moldear algo más hacia la izquierda el programa de gobierno para los próximos cinco años, perjudicando así los intereses de sus votantes. La conducta del italiano Matteo Renzi ha sido un ejemplo perfecto de todo lo contrario.

Así pues, tratando de superar la difícil tensión de todo partido de gobierno de izquierda al que le cuesta mucho ser responsivo en el eje ideológico nacional porque ha de ser responsable con sus obligaciones supranacionales, el PSOE ha optado por la peor de las respuestas: ser irresponsivo en el eje ideológico supranacional e irresponsable con sus compromisos nacionales. Además, ha puesto en riesgo la consolidación del precedente sobre la elección del Presidente de la Comisión al haber proporcionado a las fuerzas conservadoras una excusa que esa eurodiputada con tanta visión estratégica quería evitar pensando en futuras victorias socialistas. Y es posible que, cuando coincida con sus compañeros españoles, trate de hacerles ver la conveniencia de pensar con calma en las encrucijadas históricas».

2.

Escribe Albert Aixalà:

«La política de hoy o es europea o no puede ser política en mayúsculas, porque no puede ser transformadora. A nivel nacional ya no es posible hacer las políticas de estímulo e inversión que la economía española necesita, como las anunciadas por Juncker. Hoy no nos sirve un discurso izquierdista a nivel nacional si no somos capaces de articular una alternativa europeísta real. Parafraseando a Felipe González, 35 años después del XXVIII Congreso, hoy «hay que ser europeísta antes que izquierdista».

¿Esto significa que el PSOE no debe criticar las políticas llevadas a cabo hasta ahora por la Comisión Europea y por la Unión en su conjunto? En absoluto. Debe criticarlas en el Parlamento Europeo, pero también en el Congreso de los Diputados, donde habría que utilizar mejor los mecanismos de control que ofrecen los tratados europeos. El Tratado de Lisboa, en vigor desde 2009, abrió la puerta a un mayor control de los parlamentos nacionales sobre las políticas europeas, y el Tratado de Estabilidad, Coordinación y Gobernanza de la Unión Económica y Monetaria -la mayor transferencia en política económica y fiscal que ha hecho España, en vigor desde enero de 2013- también prevé este control parlamentario nacional.

Sin embargo, uno de los países que menos controla y discute la política económica europea y su aplicación nacional a través del Semestre Europeo -el mecanismo de control presupuestario y fiscal por parte de la Comisión- es España. Según un informe reciente del Observatorio de los Parlamentos tras el Tratado de Lisboa (OPAL) los países más afectados por la crisis son, a su vez, los que cuentan con Parlamentos más débiles y que han controlado menos las decisiones económicas tomadas a nivel europeo -en el Consejo Europeo, el Eurogrupo o la Comisión. En cambio, los países con triple A han sido los que más han controlado las decisiones económicas europeas desde sus parlamentos nacionales. Y los que más han influido en ellas.

Una vez más, como apuntábamos en un artículo anterior, se pone en evidencia que en Europa hay países que se toman en serio la política europea -también su control democrático a través de sus parlamentos- y otros que no. Desgraciadamente España se encuentra entre los segundos. En consecuencia, la nueva legislatura ha empezado dominada por Alemania: sus candidatos se han hecho con la presidencia de la Comisión y del Parlamento, así como con la presidencia del grupo popular europeo. Los italianos han conseguido la presidencia del grupo socialista. Los franceses y los españoles ni están ni se les espera.

Por consiguiente, la nueva dirección del PSOE debe ser consciente que está obligada a una doble tarea: reforzar el control parlamentario de la aplicación de la política económica europea desde Madrid e influir -a través del grupo socialista en el Parlamento Europeo- en las decisiones de la nueva Comisión -incluyendo el nombramiento del nuevo comisario español, que deberá ser aceptado por el Parlamento. Mucho me temo que tras la decisión de esta semana de votar contra Juncker, las posibilidades de bloquear la candidatura de Arias Cañete con el apoyo del grupo socialista europeo se han reducido notablemente. Eso lo saben perfectamente los eurodiputados socialistas, y sería tarea del nuevo secretario general explicarlo en las agrupaciones del partido».

3.

Cospedal y Barreda: sistemas sesgados para ganar perdiendo, por Alberto Penadés. Con el suplemento de cuatro reglas para manipuladores electorales.

4.

4.

Gregorio Morán: El fútbol, esa gran estafa: 1 y 2.

5.

Escribe Sebreli en La era del fútbol:

«Es inútil tratar de responder al ‘futbolismo cultural’ con argumentos lógicos y éticos, a los posmodernos les resultan demasiado solemnes y pedantes, ellos están contra la seriedad y por el humor. Los populistas, por su parte, nos hablarán de sensibilidad; el ataque preferido a quienes criticamos las pasiones llamadas populares es que carecemos de ‘sensibilidad popular’. Según parece esa cualidad del alma, ese misterioso instinto capaz de captar las esencias ocultas de la sabiduría ancestral de los pueblos, le es otorgada a unos y negada a otros por una suerte de predestinación orgánica, es innata y no se puede adquirir, es una forma larvada de superioridad racial; la ‘sensibilidad popular’ se confunde a fin con el espíritu de la aristocracia. El populista proclama que el intelectual no puede sentir la oportunidad de un partido de fútbol o de la voz de Gardel, del mismo modo que Charles Maurras decía que el judío francés no puede sentir un verso de Racine.

Cuando surge la voz discordante de Borges, osando burlarse de las supersticiones populares como el peronismo, el gardelismo o el fútbol, el estigma cae sobre él. Un periodista deportivo señalaba que la infancia de ese escritor ‘debe haber sido triste y aburrida, porque no recordar un picado en el barrio con pelota de trapo es no haber conocido ni gustado el dulzor de la infancia’. Antonio Cafiero, el amigo de Barritta, decía que a ‘un hombre como Borges, a quien no le gusta el fútbol, ni Gardel, ni las mujeres [sic] no le puede gustar el peronismo’. El pensamiento racional puede captar lo instintivo, afirman los privilegiados poseedores de la ‘sensibildiad popular’, para ellos la pasión y la fe son superiores a la razón como modo de conocimiento, es decir que en última instancia la realidad misma es irracional. Con una actitud neorromántica, estos populistas proclaman el derecho a ‘idolatrar’, a creer en ídolos populares y en los mitos nacionales y acusan de frialdad de corazón a quienes se proponen desacralizarlos y desmitificarlos».

6.

En episodios anteriores: Todo lo que sé de moral lo aprendí en el fútbol.

[Imagen, de Ferdinando Scianna.]

EL GOBIERNO DE ARAGÓN RECIBE UNA PETICIÓN DE LOS FABRICANTES DE VELAS Y ACTÚA EN CONSECUENCIA

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1.

Aragón prohibirá el alquiler turístico de habitaciones con fines privados.

2.

En 1845, Frédéric Bastiat escribía:

Petición de los fabricantes de candelas, velas, lámparas, candeleros, faroles, apagavelas, apagadores y productores de sebo, aceite, resina, alcohol y generalmente de todo lo que concierne al alumbrado

A los señores miembros de la Cámara de Diputados
Señores:

Ustedes están en el buen camino. Rechazan las teorías abstractas; la abundancia y el buen mercado les impresionan poco. Se preocupan sobre todo por la suerte del productor. Ustedes le quieren liberar de la competencia exterior; en una palabra, ustedes reservan el mercado nacional al trabajo nacional.

Venimos a ofrecerles una maravillosa ocasión para aplicar su… ¿Cómo diríamos? ¿Su teoría? No, nada es más engañoso que la teoría. ¿Su doctrina? ¿Su sistema? ¿Su principio? Pero ustedes no aman las doctrinas, a ustedes les horrorizan los sistemas y, en cuanto a los principios, declaran que no existen en economía social; diremos por tanto su práctica, su práctica sin teoría y sin principios.

Sufrimos la intolerable competencia de un rival extranjero que se encuentra, por lo que parece, en unas condiciones tan superiores a las nuestras en la producción de la luz que inunda nuestro mercado nacional a un precio fabulosamente reducido; porque, inmediatamente después de que salga él, nuestras ventas cesan, todos los consumidores se vuelven a él y una rama de la industria francesa, cuyas ramificaciones son innumerables, se queda de golpe en el estancamiento más completo. Este rival, que no es otro que el sol, nos hace una guerra tan encarnizada que sospechamos que nos ha sido suscitado por la pérfida Albión (¡buena diplomacia para los tiempos que corren!) en vista de que tiene por esta isla orgullosa consideraciones de las que se exime respecto a nosotros.

Demandamos que ustedes tengan el agrado de hacer una ley que ordene el cierre de todas las ventanas, tragaluces, pantallas, contraventanas, postigos, cortinas, cuarterones, claraboyas, persianas, en una palabra, de todas las aberturas, huecos, hendiduras y fisuras por las que la luz del sol tiene la costumbre de penetrar en las casas, en perjuicio de las bellas industrias con las que nos jactamos de haber dotado al país, pues sería ingratitud abandonarnos hoy en una lucha así de desigual.

Quieran los señores diputados no tomar nuestra petición como una sátira y no rechazarla sin al menos escuchar las razones que tenemos que hacer valer para apoyarla.

Primero, si ustedes cierran tanto como sea posible todo acceso a la luz natural, si ustedes crearan así la necesidad de luz artificial, ¿cuál es en Francia la industria que, de una en una, no sería estimulada?

Si se consume más sebo, serán necesarios más bueyes y carneros y, en consecuencia, se querrá multiplicar los prados artificiales, la carne, la lana, el cuero y sobre todo los abonos, base de toda la riqueza agrícola.

Si se consume más aceite, se querrá extender el cultivo de la adormidera, del olivo, de la colza. Estas plantas ricas y agotadoras del suelo vendrían a propósito para sacar ganancias de esta fertilidad que la cría de las bestias ha comunicado a nuestro territorio.

Nuestros páramos se cubrirán de árboles resinosos. Numerosos enjambres de abejas concentrarán en nuestras montañas tesoros perfumados que se evaporan hoy sin utilidad, como las flores de las que emanan. No habría por tanto una rama de la agricultura que no tuviera un gran desarrollo.

Lo mismo sucede con la navegación: millares de buques irán a la pesca de la ballena y dentro de poco tiempo tendremos una marina capaz de defender el honor de Francia y de responder a la patriótica susceptibilidad de los peticionarios firmantes, mercaderes de candelas, etc.

¿Pero qué diremos de los artículos París? Vean las doraduras, los bronces, los cristales en candeleros, en lámparas, en arañas, en candelabros, brillar en espaciosos almacenes comparados con lo que hoy no son más que tiendas.

No hay pobre resinero, en la cumbre de su duna, o triste minero, en el fondo de su negra galería, que no vean aumentados su salario y su bienestar.

Quieran reflexionarlo, señores, y quedarán convencidos que no puede haber un francés, desde opulento accionista de Anzin hasta el más humilde vendedor de fósforos, a quien el éxito de nuestra demanda no mejore su condición.

Prevemos sus objeciones, señores; pero ustedes no nos opondrán una sola que no hayan recogido en los libros usados por los partidarios de la libertad comercial. Osamos desafiarlos a pronunciar una palabra contra nosotros que no se regrese al instante contra Ustedes mismos y contra el principio que dirige toda su política.

¿Nos dirán que, si ganamos esta protección, Francia no ganará nada porque el consumidor hará los gastos?

Les responderemos:

Ustedes no tienen el derecho de invocar los intereses del consumidor. Cuando se les han encontrado opuestos al productor, en todas las circunstancias los han sacrificado. Ustedes lo han hecho para estimular el trabajo, para acrecentar el campo de trabajo. Por el mismo motivo, lo deben hacer.

Ustedes mismos han salido al encuentro de la objeción cuando han dicho: el consumidor está interesado en la libre introducción del hierro, de la hulla, del ajonjolí, del trigo y de las telas. “Sí –dirán ustedes–, pero el productor está interesado en su exclusión”. Pues bien, si los consumidores están interesados en la admisión de la luz natural, los productores lo están en su prohibición.

“Pero –dirán ustedes– el productor y el consumidor no son más que uno solo. Si el fabricante gana por la protección, hará ganar al agricultor. Si la agricultura prospera, abrirá mercado a las fábricas”. ¡Y bien! Si nos confieren el monopolio del alumbrado durante el día, primero compraremos mucho sebo, carbón, aceite, resinas, cera, alcohol, plata, hierro, bronces, cristales, para alimentar nuestra industria y, además, nosotros y nuestros numerosos abastecedores nos haremos ricos, consumiremos mucho y esparciremos bienestar en todas las ramas del trabajo nacional.

¿Dirán ustedes que la luz del sol es un don gratuito y que rechazar los dones gratuitos sería rechazar la riqueza misma bajo el pretexto de estimular los medios para adquirirla?

Pero pongan atención a que ustedes llevan la muerte en el corazón de su política; pongan atención a que hasta aquí ustedes han rechazado siempre el producto extranjero porque él se aproxima a ser don gratuito y precisamente porque se aproxima a ser don gratuito. Para cumplir las exigencias de otros monopolizadores, ustedes tenían un semimotivo; para acoger nuestra demanda, Ustedes tienen un motivo completo y rechazarnos precisamente por usar el fundamento de Ustedes mismos sobre el que nos hemos fundamentado más que los demás sería formular la ecuación + x + = -; en otros términos, sería amontonar absurdo sobre absurdo.

El trabajo y la naturaleza concurren en proporciones diversas, según los países y los climas, a la creación de un producto. La parte que pone la naturaleza es siempre gratuita; la parte del trabajo es la que le da valor y por la que se paga.

Si una naranja de Lisboa se vende a mitad de precio que una naranja de París es porque el calor natural y por consecuencia gratuito hace por una lo que la otra debe a un calor artificial y por tanto costoso.

Luego, cuando una naranja nos llega de Portugal, se puede decir que nos ha sido dada la mitad gratuitamente, la mitad a título oneroso o, en otros términos, a mitad de precio en relación con aquella de París.

Ahora bien, es precisamente esta semigratuidad (perdón por la palabra) lo que ustedes alegan para excluirla. Ustedes dicen: ¿Cómo el trabajo nacional podría soportar la competencia del trabajo extranjero cuando aquél tiene que hacer todo y este no cumple más que la mitad de la tarea, pues el sol se encarga del resto? Pero si la semigratuidad les decide a rechazar la competencia, ¿cómo la gratuidad entera les llevará a admitir la competencia? O no son lógicos o deberían rechazar la semigratuidad como dañina a nuestro trabajo nacional, rechazar a fortiori y con el doble más de celo la gratuidad entera.

Otra vez, cuando un producto, hulla, hierro, trigo o tela, nos viene de fuera y podemos adquirirlo con menos trabajo que si lo hiciéramos nosotros mismos, la diferencia es un don gratuito que se nos confiere. Este don es más o menos considerable conforme la diferencia sea más o menos grande. Es de un cuarto, la mitad o tres cuartos del valor del producto si el extranjero no nos pide más que tres cuartos, la mitad o un cuarto del pago. Es tan completo como podría ser cuando el donador, como hace el sol por la luz, no nos pide nada. La cuestión, lo postulamos formalmente, es saber si Ustedes quieren para Francia el beneficio del consumo gratuito o las pretendidas ventajas de la producción onerosa. Escojan, pero sean lógicos; porque, en tanto que Ustedes rechacen, como lo han hecho, la hulla, el hierro, el trigo y los tejidos extranjeros en la proporción en que su precio se aproxima a cero, qué inconsecuente sería admitir la luz del sol, cuyo precio es cero durante todo el día.

(Traducción de Alex Montero.)

3.

Pedro Saputo y el pleito del sol.

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LIBERTAD, IGUALDAD Y OTRAS EXCURSIONES.

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1.

Escribe Francesc de Carreras:

Lo que más distingue a ambos manifiestos es que uno aboga por determinadas reformas en sentido federal y el otro guarda silencio en este punto sin rechazarlo, ya que abre las puertas a reformas constitucionales. Es más, algunos de los firmantes de Libres e iguales—en concreto, los profesores Juan José Solozábal y Roberto Blanco— han abogado en sus obras por el cierre definitivo del modelo autonómico en sentido federal. Por tanto, buscar contradicciones entre ambos manifiestos es, en lo sustancial, una tarea bastante inútil, sólo explicable para intentar justificar un punto de vista a mi parecer engañoso: que el escenario del actual conflicto tiene como protagonistas a dos nacionalismos, el español y los periféricos, sean catalanes o vascos. Así pues, las culpas están repartidas, ambos se retroalimentan.

Que los nacionalismos catalán o vasco existen es evidente, lo confirman sus partidos autodefinidos como nacionalistas. Que existen nacionalistas españoles también es evidente, sólo cabe estar atentos a los medios de comunicación. Ahora bien, que los partidos estatales sean nacionalistas españoles, en igual medida que lo son los partidos nacionalistas catalanes y vascos, no resiste la prueba de los hechos.

¿Dónde encontramos, además de otras evidencias, esta concluyente prueba? En la existencia misma del Estado de las autonomías: reconocido en la Constitución, desarrollado con una rapidez e intensidad inusitadas, respetuoso con las diversas lenguas y otros hechos diferenciales. Si los partidos que han sido ampliamente mayoritarios en España —UCD, PSOE y PP, los tres de ámbito estatal— hubieran sido partidos nacionalistas españoles, ni en las Cortes constituyentes, ni en el desarrollo autonómico posterior, se hubiera alcanzado el alto grado de autonomía política actual. Lo mismo podría decirse de las posiciones a favor del europeísmo, tanto del PP como del PSOE, que nunca cayeron en el euroescepticismo de otros partidos europeos, de derechas o de izquierdas, sino que, por el contrario, han contribuido a impulsar una Unión Europea cada vez más federal.

Por tanto, no aticemos falsos enfrentamientos. Unos son nacionalistas y los otros constitucionalistas: no todos son iguales. El firmante de un manifiesto nunca está del todo de acuerdo con el texto en el que estampa su firma. Si dejamos de lado pequeños detalles, estos manifiestos que, casualmente, han coincidido en el tiempo, no son contradictorios sino complementarios, concordantes en lo sustancial.

2.

¿Existe el derecho de secesión?, por Peter Singer.

3.

La doctrina del resentimiento, por Timothy Garton Ash: «Proteger a los rusos en Ucrania tiene consecuencias fatales«.

4.

Tyler Cowen dice que la desiguadad global no está subiendo.

5.

¿Cómo es el votante de Podemos? Lo explican Jorge Galindo y Paul M. Klose.

6.

Castilla La Mancha aprueba bajar el número de diputados. Luisa Fernanda Rudi propone reducir el número de escaños en las Cortes de Aragón. Pablo Simón: el efecto bipartidista de la reforma de Castilla La Manchalos cinco ejes de ese cambio.

7.

Nosotros, por David Trueba.

8.

Rescate: Dos hermanos.

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SEBRELI SOBRE LA NACIÓN Y LA HISTORIA

SEBRELI

1.

Escribe Juan José Sebreli en El asedio a la modernidad (Debate, 2013):

«Si no se puede definir la nación por la raza, la sangre, la lengua, el territorio, las costumbres, la cultura, la psicología, y como, a pesar de todo, la nación existe, sólo es posible descubrirla como una entidad histórica, como una realidad que aparece en determinadas circunstancias históricas, y del mismo modo puede desaparecer en circunstancias distintas. No existe la historia natural de las naciones: la idea de la existencia de la nación francesa en el fondo del alma francesa, antes de existir el Estado francés, es ilusoria. El borgoñés era borgoñés, y en todo caso cristiano, pero no francés. La naciones han sido un acto de voluntad política y se dieron en los siglos XVII, XVIII y XIX, por una combinación de elementos: la lucha entre el papado y la monarquía, entre los señores feudales y la monarquía y, sobre todo, por el desarrollo de la burguesía y de la economía capitalista y su necesidad de un mercado interno unificado. Franz Neumann señalaba que los primeros estados modernos, las ciudades-estado italianas del Renacimiento, no surgieron por una lucha nacional, sino que fueron creadas por los capitalistas que armaron un ejército y contrataron una burocracia. Tanto en Italia como en Francia y Alemania, los estados fueron construidos principalmente por extranjeros, comerciantes y banqueros, que ayudaron a los reyes franceses, a los podestà italianos y a los príncipes alemanes a hacerse obedecer por los señores feudales, por el clero y los municipios. El nacionalismo fue una ideología elaborada posteriormente para justificar la autoridad estatal. Ni siquiera la palabra nación o nacionalidad es de muy antigua data; se supone que procedió de Austria, donde se utilizaba desde la época de José II en sentido despectivo para referirse a los esclavos. Los primeros en utilizarla con un signo positivo fueron, como no podía ser de otra manera, los románticos alemanes.

Parece ser que fue Schlegel quien la empleó por primera vez en una carta a madame de Staël. La palabra nacionalidad no apareció en un diccionario francés hasta 1825 y era considerada un neologismo; en Alemania surgió por primera vez en un diccionario en 1919, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial.

El pensamiento progresista, democrático y de izquierdas del siglo XIX y de comienzos del XX fue consecuentemente antinacionalista; denunció en la nación la voluntad de poderío, el egoísmo, el orgullo colectivo, la autoadoración. La gloria de las naciones como valor supremo llevó a un mundo anárquico de pueblos pletóricos de odio y de guerras permanentes. Resulta paradójico que después de dos guerras mundiales, provocadas por el nacionalismo, las izquierdas, que habían entrado en proceso de descomposición, reivindicaran el nacionalismo, ya muy desacreditado. El argumento que esgrimían distintos sectores de la izquierda -estalinistas, trotskistas y maoístas- era la diferencia fundamental que existía entre el nacionalismo de una nación opresora y el de una nación oprimida, de una nación grande y de una nación pequeña, basándose en una frase circunstancial de Lenin en una carta de 1922. Rosa Luxemburg, en polémica con Lenin, se declaraba en contra de la independencia polaca alegando, con toda razón, que una Polonia independiente sólo sería un Estado agrario dominado por los terratenientes feudales incapaces de desarrollar una gran industria. En esta cuestión, Rosa Lusemburg seguía la mejor tradición de Marx, que desconfiaba de las posibilidades progresistas de la independencia de países atrasados en Asia o de los Balcanes.

Aun suponiendo que hubiera que apoyar el nacionalismo de los países coloniales y semicoloniales, no bien conseguían su independencia, su su nacionalismo dejaba de ser progresista para convertirse en una nueva forma de presión. El mito de la «nación», que había servido para liberarse de la dominación extranjera, serviría después para ocultar la desigualdad social y la falta de libertades individuales. La unidad nacional, un medio para conseguir la independencia, se transformaría en un fin en sí, pero las contradicciones entre los intereses sociales, económicos, políticos y culturales autóctonos surgieron al día siguiente de la independencia. A las masas populares se la trataría de convencer de su emancipación, porque eran oprimidas por hombres de su misma nacionalidad y no por extranjeros.

La primera colonia que se liberó en el siglo pasado, Irlanda, fue un ejemplo premonitorio de lo que ocurriría después en la mayor parte de las colonias liberadas de Asia y África: surgió un nuevo Estado reaccionario, a veces más retrógrado que el existente bajo el imperialismo.

Del mismo modo que las naciones tienen un origen, están destinadas a tener un fin. El siglo XX tardío asistió al comienzo del fin de las naciones, porque las necesidades que las hicieron nacer ya habían sido superadas. El auge de los nacionalismos en Asia y África fue consecuencia inevitable del ocaso del sistema colonialista; el auge actual de los nacionalismos en la Europa del Este es la consecuencia del declive del sistema burocrático estalinista. Los nacionalismos del sur y el oeste de Europa son una reacción frente a la oleada inmigratoria. Pero ninguno de ellos ofrece la perspectiva de un porvenir, sólo pretenden una restauración del pasado, y están destinados al fracaso porque nunca hay retorno de la historia».

2.

Dice también el ensayista argentino:

«Los nacionalistas personalizan la tierra, la transforman en un sujeto del cual sus habitantes serían un mero atributo. Por eso los derechos individuales son subordinados a la soberanía nacional: «primero la patria, después los hombres» es una típica consigna nacionalista, pero la tierra no tiene ningún valor en sí sino por los hombres que la habitan y la trabajan. El Estado nacional no debería ser un fin en sí, sino un medio para defender los derechos de los ciudadanos. Por lo tanto, hay que desacralizar y relativizar el concepto de soberanía territorial, y absolutizar, en cambio, los derechos individuales y la vida humana como lo único verdaderamente sagrado e inalienable».

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ALGUNAS CIFRAS EN LA VIDA DE LOS ESCRITORES

escritura

1.

¿Cuánto ganan los escritores en el Reino Unido? (Y, por alusiones, Will Self.)

2.

La industria editorial española sigue cayendo, cuenta Karina Sainz Borgo. Todo listo para el regreso de la generación X.

3.

José Luis Melero escribía hace unas semanas en el suplemento Artes y Lertras de Heraldo:

Escribir en España fue casi empre llorar. Pura pobretería. Pocas veces lo he visto tan claro como estos días en que he estado curioseando unas cuantas liquidaciones originales de derechos de autor de Ramón Gómez de la Serna. Han llegado a España directamente desde Buenos Aires y proceden de los papeles que dejó a su muerte Luisa Sofóvich, la viuda del escritor. Esas liquidaciones, junto con otros documentos ramonianos nunca vistos hasta ahora, las ha comprado un buen amigo que me llamó para mostrármelas. Esta columna va a ser, pues, gracias a él, toda una primicia. Las liquidaciones corresponden a libros publicados por Gómez de la Serna en la editorial Poseidón y todas llevan la firma original del autor bajo el epígrafe «Estoy conforme». La información que nos proporcionan es excepcional y uno comprueba con estupor lo poquísimo que se vendían sus libros, y por tanto, lo poco que le rentaban. De El novelista se tiraron 3.000 ejemplares el 1-XI-46, y dos más tarde se habían vendido 540. La primera edición de El hombre perdido apareció en diciembre del 46, con idéntica tirada, 3.000 ejemplares, de los que en dos años se vendieron 624. En 1943 se editaron 4.000 ejemplares de La viuda blanca y negra, de ellos 3.800 destinados a la venta, pues los otros 200 se deducen «por servicio prensa, autor y deterioros». Entre julio del 47 y diciembre del 48 vendió 72 ejemplares. Peor había sido el primer semestre del 47, en que no vendió ni un solo ejemplar. El 32-XII-48 aún quedaban en existencia 1.896 libros, la mitad de la edición. Había tardado seis años en vender 1.900 ejemplares. Pensar que esa cifra de ventas corresponde al gran Ramón Gómez de la Serna causa sonrojo y explica que sus libros se sigan viendo hoy con tanta facilidad. Pobretería y miseria».

4.

Carlos García de Santa Cecilia: Cinco españoles que conocieron a Joyce.

5.

El blog Sin tinta, de Fernando García Mongay cambia de casa. Y Ramón González Férriz elige Algunos  textos sobre Amazon y Bezos.

6.

Pablo Rodríguez Suanzes recomienda lecturas para el verano.

7.

La lista de lectura de un preso.

8.

Adam Bellow pide más conservadores en la cultura popular y Adam Kirsch le responde.

9.

Nadine Gordimer en The New Yorker, The Paris Review y una conversación con la escritora en Letras Libres.

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MEMORIA DE SUS PUTAS TRISTES

1.

Xavi Ayén cita en su estupenda crónica Aquellos años del boom (RBA, 2014) un texto que Gabriel García Márquez publicó en 1980 (en el enlace está el artículo completo). Escribía García Márquez:

«Yo llevaba todavía la imagen idílica de los burdeles del Caribe, aquellos patios de baile con guirnaldas de colores en los almendros, con gallinas impávidas que andaban picoteando por entre la música y bellas mulatas sin desbravar que se prostituían más por la fiesta que por la plata y que a veces incurrían en la descomunal inocencia de suicidarse por amor. A veces, uno se quedaba con ellas no tanto por la vagabundina -como decía mi madre- como por la dicha de sentirlas respirar dormidas. Los desayunos eran más caseros y tiernos que los de la casa, y la verdadera fiesta empezaba a las once de la mañana, bajo los almendros apagados.

Educado en una escuela tan humana, no podía sino deprimirme el rigor comercial de las europeas. En Ginebra merodeaban por las orillas del lago, y lo único que las distinguí a de las perfectas casadas eran las sombrillas de colores que llevaban abiertas con lluvia o con sol, de día o de noche, como un estigma de clase. En Roma se les oía silbar como pájaros entre los árboles de la Villa Borghese, y en Londres se volvían invisibles entre la niebla y tenían que encender luces que parecían de navegación para que uno encontrara su rumbo. Las de París, idealizadas por los poetas malditos y el mal cine francés de los años treinta, eran las más inclementes. Sin embargo, en los bares de desvelados de los Campos Elíseos se les descubría de pronto el revés humano: lloraban como novias ante el despotismo de los chulos inconformes con las cuentas de la noche. Costaba trabajo entender semejante mansedumbre de corazón en mujeres curtidas por un oficio tan bárbaro. Fue tal mi curiosidad que, años después, conocí a un chulo floriod y le pregunté cómo era posible dominar con puño de hierro a mujeres tan bravas, y él me contestó, impasible: «Con amor». No volví a preguntar nada, por temor de entender menos».

2.

Sobre García Márquez y el relativismo.

 

NOTAS SOBRE LA IZQUIERDA REACCIONARIA

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1.

Kiko Llaneras y Jorge San Miguel sobre el manifiesto «Última llamada»:

Todos queremos una civilización que asegure la vida digna. ¿Pero por qué necesitamos una ruptura política profunda? ¿De dónde se deduce que la sociedad actual impide progresar? Es más, ¿qué pruebas hay de que no esté progresando en esa dirección? Es falso que nos estemos dirigiendo al caos y la barbarie, al menos de forma gradual. Los indicios, como hemos ido viendo, sugieren justo lo contrario: que los mercados regulados y las democracias liberales han sido las sociedades que más nos acercan a ese objetivo de una vida digna.

El texto, de nuevo, saca una conclusión que no se sigue del enunciado. ¿Por qué un modo de vida no capitalista va a resolver el problema? En realidad puede argumentarse precisamente lo contrario: que una sociedad de mercado sí puede solucionar los problemas de sostenibilidad si es capaz de integrar las externalidades medioambientales en los precios. Una economía regulada, precisamente, ofrece un mecanismo que —al menos en teoría— es capaz de llevar las cosas en la buena dirección, poner incentivos para el consumo responsable, evitar las conductas insostenibles, etc. Una economía de mercado global y regulada es quizás una castillo en el aire, pero es menos inconcreto que las alternativas, que en el manifiesto, brillan por su ausencia.

Y, en cualquier caso, asumir que una sociedad sin crecimiento va a caminar hacia el igualitarismo, la democratización y más humanismo es de nuevo injustificado. De hecho, en términos históricos, esa sociedad es algo parecido a lo existente desde la adopción de la agricultura hasta aproximadamente 1.800 en todo el mundo. Y no parece que los logros fueran extraordinarios en cuanto a igualdad económica o política, ni en cuando a respeto a la vida. Más aún: si el ejemplo de las crisis económicas y las recesiones sugiere algo, es que la reducción de los recursos disponibles aumenta las tensiones en el seno de las naciones y entre ellas.

[…]

En definitiva, no creemos que el progreso esté determinado por una providencia histórica o religiosa, ni que su avance, allá donde se pueda discernir, sea irreversible. Al contrario, estimamos que requiere una vigilancia y un esfuerzo constantes para seguir mejorando la vida en todos los órdenes. Nuestras sociedades deben esforzarse todavía mucho si quieren reducir sus muchas imperfecciones, y además deberán adaptarse ágilmente para enfrentar nuevos retos como la escasez de recursos naturales o el daño medioambiental.

Pero pensamos que el crecimiento económico y el modelo de sociedad que el manifiesto desdeña han demostrado históricamente logros incomparables en ese sentido. Y que, desde luego, los promotores no han sido capaces de sustanciar lo contrario ni esa supuesta necesidad de caminar a ciegas hacia un modelo alternativo que nadie conoce. Klaatu barada nikto.

2.

Unos gráficos sobre cómo ha cambiado el mundo.

3.

Francisco García Olmedo sobre la domesticación de las plantas.

4.

Pippi Calzaslargas contra Karl Marx, por Víctor Lapuente:

A lo largo de estas décadas, los socialdemócratas suecos no siempre han elegido bien, lo que desmonta el mito de la infalibilidad de los nórdicos. Por ejemplo, en un ejercicio de creciente autocomplacencia con las bondades de su modelo, el gasto público se les fue de las manos, disparándose por encima del 60% del PIB a finales del siglo XX. Los impuestos llegaron a ser tan distorsionadores que la venerable Astrid Lindgren, la creadora de Pippi Calzaslargas, se rebeló cuando sus ingresos fueron gravados a un tipo del 102%. Pero de estos errores, los socialdemócratas nórdicos han salido, en general, con mucho pragmatismo y poca pureza ideológica. Entre Pippi Calzaslargas y Karl Marx han elegido a Pippi.

Su valentía reformista choca con el inmovilismo de nuestras socialdemocracias. Ellos han priorizado la calidad y la eficiencia en la prestación de los servicios públicos por encima de los intereses de quienes los prestan. Cuando han entendido, tras un análisis de coste-beneficio, que había que remodelar el mapa administrativo, han acometido fusiones de municipios, reestructuraciones organizativas y todo tipo de innovaciones en gestión pública. De forma que los países nórdicos también lideran las comparativas de modernización administrativa. Han introducido competencia (regulada, no salvaje, pero competencia al fin y al cabo) tanto dentro de las organizaciones públicas —con unos empleados públicos desfuncionarizados en su gran mayoría— como entre organizaciones —a veces de titularidad pública, a veces privada.

Este coraje para enfrentar intereses particulares (como el del funcionario X, la Diputación Y o el pequeño Ayuntamiento Z, etcétera) en pos de intereses generales está ausente en nuestra socialdemocracia. Los tres candidatos a liderar el PSOE no ofrecen de momento muchas esperanzas de cambio. Dicen lo que muchos quieren oír (“unidad”, “más socialismo”, derogar la reforma laboral), pero no lo que el país necesita para construir un Estado de bienestar sostenible: por un lado, necesitamos un modelo de flexiseguridad que libere el potencial creativo de unos emprendedores y trabajadores públicos-privados españoles atados por regulaciones asfixiantes y que proteja de las inclemencias de la globalización con una fuerte inversión pública en capital humano; por otro, urge una transformación —no radical, pero sí continua— de cómo funciona nuestro sector público.

Muchos juzgarán el concepto de capitalismo solidario como un oxímoron, o como el extravagante resultado de una coyuntura histórica. Yo entiendo, por el contrario, que es la base sobre la que se sustentan las sociedades más avanzadas (miremos la dimensión que miremos) del mundo y, por tanto, la ruta más segura hacia un futuro sostenible.

No es difícil ver que el capitalismo necesita el contrapeso de la solidaridad. De hecho, un número creciente de capitalistas en EE UU son conscientes de que una economía de mercado sin un fuerte reparto de la riqueza es una receta para el colapso social. Y la solidaridad también requiere un vibrante capitalismo: a lo largo de la historia, ningún Estado de bienestar ha florecido fuera de una atmósfera económica dinámica.

Dejemos pues que capitalismo y solidaridad se quieran.

5.

José Ignacio Torreblanca: La socialdemocracia en la era de la austeridad y En qué se equivoca Pablo Iglesias:

Europa no se divide entre un Sur donde están todos los pobres y un Norte donde están todos los ricos. En Alemania hay 7,5 millones de personas que viven con «miniempleos» que les proporcionan menos de 450 euros al mes y que tienen que completar con subsidios sociales. Una persona que pase toda su vida en estos miniempleos se podrá jubilar a los 67 años con una pensión de 140 euros pues estos empleos garantizan ¡3 euros al mes de pensión por año trabajado! (véase por ejemplo «La pobreza oculta del milagro alemán«, BBC de 5 de febrero de 2014).

También, según las estadísticas, en Alemania una de cada tres personas no puede hacer frente a gastos inesperados, una de cada cinco no puede permitirse irse de vacaciones y un 16 por ciento se encuentra en riesgo de pobreza y exclusión social (véase en «Alemania también hay pobres«). Tampoco son muy diferentes las cosas en el ámbito de la desigualdad: en Alemania hay 135 personas con un patrimonio superior a los 1.000 millones de euros y el 10% de la población más rica posee dos terceras partes de la riqueza nacional. Sin estos datos no se entiende nada de lo que está pasando en Europa. la mayoría de alemanes no se sienten ricos, sino explotados, por unos o por otros. Y lo que peor les sienta es que les digan que son unos egoístas e insolidarios que explotan a los demás.

Las izquierdas siempre han sido internacionalistas porque han entendido que las verdaderas diferencias no están entre países, sino entre grupos y clases sociales, lo que le ha llevado a intentar forjar alianzas de clase transnacionales. Pero hete aquí que Pablo Iglesias llega e ignora la existencia de desigualdades en el Norte de Europa, desprecia los votos de los progresistas de Norte de Europa y pide un voto patriótico del Sur.

6.

El (Horrible) crecimiento económico de Venezuela, por Jesús Fernández-Villaverde.

7.

David Masciotta: El provincianismo del feminismo estadounidense.

8.

Rescate: El fin del mundo, etc.

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EL MINISTRO DE JUSTICIA NO QUIERE QUE VAYAS AL INFIERNO

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1.

Rescate: Delitos y pecados:

Lo que molesta a los sectores conservadores no es el derecho a la vida, sino la libertad sexual. En las democracias occidentales, la prohibición del sexo antes del matrimonio, del onanismo, del divorcio o de los anticonceptivos son ya batallas perdidas; por eso se redoblan los esfuerzos en torno al aborto. Uno de los motivos principales de que exista un debate público sobre el asunto es una cuestión de localización. El aborto se produce en el terreno que las religiones del Libro han intentado controlar con más insistencia: el aparato reproductor femenino. Si no fuera así, el aspecto político del debate habría quedado cancelado hace tiempo: el debate moral seguiría existiendo, pero sería una íntima cuestión de conciencia. Contrariamente a lo que podría parecer, que el aborto esté despenalizado no significa que sea obligatorio. Y, por otra parte, la vida está llena de cosas que son discutibles o inaceptables según algunos sistemas morales y que sin embargo no son delito. En palabras de Fernando Savater:

Las leyes contemporáneas de las democracias avanzadas no pretenden zanjartodas las disputas morales, sino impedir que lo que unos consideran pecado deba convertirse en delito para todos. Como todo reconocimiento institucional  de la libertad de conciencia, ello obliga al incómodo ejercicio de convivir con  lo que no nos gusta y aceptar que no se castigue penalmente las  transgresiones de lo que nosotros íntimamente nos prohibimos.

La pregunta es: ¿debe una mujer ir a la cárcel por abortar? Ni siquiera lo cree el ministro Ruiz Gallardón. (Y las organizaciones ultracatólicas, abogadas de la tiranía de la mente discontinua que equiparan el aborto con el asesinato y dicen que abortar un embrión es matar a un niño presumiblemente encantador, piden que se prohíba la interrupción del embarazo, no que se clasifique como homicidio.)

Uno de los aspectos más tétricos de la postura del Partido Popular es el paternalismo con el que ha tratado el asunto. Mediante una batería de datos falsos y demagogia –que hizo que una de sus diputadas, Celia Villalobos, abandonara la sesión del Congreso, y ha incluido desde revisiones de Foucault a una pasmosa preocupación por la desigualdad económica–, se ha presentado la mujer que toma una decisión difícil como víctima, como un ser incapaz de decidir sus actos. Es un insulto a la realidad, un menoscabo a la dignidad de las mujeres que abortan y a la inteligencia de los ciudadanos. Volver a una ley de supuestos, como ha anunciado el PP, va en la misma dirección condescendiente: esa normativa, que obliga a una mujer a decir que es incapaz psicológicamente de tener un hijo para abortar, es una manera de declarar simbólicamente la minoría de edad mental de las españolas. Que la parte más conservadora de la derecha española, en alianza con la Iglesia Católica, afease a la izquierda su papel en la defensa de los derechos de la mujer a lo largo de la historia, como ha hecho el ministro de Justicia, recordaba por momentos al conde Drácula reprochando un chupetón.

Es posible que la especulación sobre la eliminación del aborto eugenésico sea finalmente una demostración de que el PP se ha aficionado a una de las tácticas preferidas del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero: el globo sonda. Pero, aun así, es inquietante. No se le puede impedir que una mujer tenga un hijo sabiendo que va a ser discapacitado o va a tener una malformación. Pero tampoco se le puede obligar a tenerlo. El jesuita Juan Masiá Clavel escribía:

Es ambiguo hablar de malformaciones en general, equiparando casos, desde  un simple estrechamiento del conducto esofágico en un síndrome de Down  hasta una anencefalia. Tampoco es coherente penalizar la interrupción del  embarazo en supuestos seriamente graves, a la vez que se recorta el apoyo  con la ley de dependencia a la crianza, sanidad y educación de esa vida  discapacitada. Ni se puede lanzar la acusación de antivida a quienes optaron  dolorosamente por un mal menor en situación de conflicto, ni es  necesariamente provida la postura que impone por motivaciones ideológicas  la opción contraria.

[…] un feto anencefálico carece del mínimo neurológico-estructural como  soporte para formar una persona, desde respirar autónomamente hasta  capacitarse para actos estrictamente humanos. Si hay razones para no  interrumpir su alumbramiento, no será por considerarlo realidad humana  personal. Su aborto no es comparable a matar un ser humano. Un feto con  una malformación incompatible con la vida extrauterina (por ejemplo,  agenesia renal irremediable) tampoco sobrevivirá.

En cambio, es delicado el caso de fetos con patología grave incurable, solo  con solución paliativa. El doctor Francesc Abel, con doble perspectiva de  obstetra y teólogo moral, concluía: “Ante tal diagnóstico prenatal, muchos  progenitores solicitan interrumpir la gestación, acogiéndose al tercer supuesto  de la ley… Aunque objetivamente cueste asentir, debemos respetar a quienes  se encuentran en esta situación y sus decisiones” (Diagnóstico  prenatal, Instituto Borja de Bioética, 2001, 3-26).

La consecuencia de esa cerrazón ideológica sería imponerle a una madre un hijo enfermo, y exponerlos a los dos a dificultades y padecimientos. Por ejemplo, una mujer o una pareja puede tener problemas a la hora de pensar en otros hijos: no solo por temor a que la discapacidad vuelva a aparecer, sino por la posibilidad de cargar al hijo menor con el cuidado del mayor. También supone hacerse responsable a sabiendas de que es una persona dependiente y de que te puede sobrevivir. Tampoco es lo mismo tener un hijo discapacitado si tienes dinero que si eres pobre. Y, con los recortes en las ayudas a la dependencia, todavía menos. Desgraciadamente, muchas personas sufren cada día las consecuencias de ese inhumano empecinamiento ideológicoen los países donde el aborto es ilegal no es menos frecuente, pero se realiza en condiciones menos seguras, que a menudo ponen en peligro la vida de las mujeres. Como han hecho los reaccionarios musulmanes, los fundamentalistas católicos –que combinan alegremente dos falsedades cuando se presentan simultáneamente como una mayoría social y una minoría perseguida– se apropian de un lenguaje aparentemente democrático, pero que solo funciona en una dirección: la libertad religiosa es solo la libertad para imponer su religión, y la libertad de expresión es solo la suya. Una asociación delirante de abogados cristianos critica que se denunciara al obispo de Alcalá por unas declaraciones homófobas, y luego emplea el mismo artículo del Código Penal para denunciar a Arcadi Espada, Rosa Regàs y Óscar Puente. En ese aspecto, los fanáticos religiosos se parecen a las personas que, como decía Groucho Marx, siempre toman bebidas caras, excepto cuando pagan ellos. Es una lástima que el gobierno de todos los españoles esté tan dispuesto a complacer a un sector atrasado y minoritario que muestra tanto entusiasmo por decretar la necesidad del sufrimiento ajeno y tanto empeño por convertir sus pecados en los delitos de todos.

2.

Las legislaciones restrictivas no reducen los abortos, por Argelia Queralt.

3.

Escribe Elvira Lindo:

Protegidas por la bondad de Gallardón, están las mujeres españolas, ciudadanas a las que este ministro y, por tanto, el Gobierno al que pertenece, considera tan menores de edad, tan inmaduras, que ha debido confeccionar, con generosidad paternalista, el siniestro listado de malformaciones para que la joven que esté tratando de interrumpir su embarazo respire aliviada si es que la naturaleza ha tenido la generosidad de concederle a su feto una de esas enfermedades espantosas que le servirán de pasaporte para tener un aborto en condiciones sanitarias seguras. El señor ministro, en toda su infinita compasión, no desea que las mujeres que aborten ilegalmente, que según esta ley serán casi todas, paguen con la cárcel. De ninguna de las maneras. Al fin y al cabo, ellas no tienen la madurez suficiente como para decidir por sí mismas, por tanto no son las responsables últimas de sus actos, y tampoco están preparadas como profesionales del embarazo, por tanto, el que tendrá la última palabra será el ginecólogo. Si se diera el caso de que el médico se saltara la ley y le practicara a su paciente una interrupción del embarazo que no contemplaran esos supuestos, sería él quien tendría que responder ante la justicia. Con lo cual, lo que esta ley consigue muy cucamente es que sólo tengan derecho a poseer una conciencia ética aquellos profesionales que estén en contra del aborto; al resto, a aquellos que creen en la libertad de la mujer para actuar según su conciencia, se les niega actuar según sus principios.

4.

Raúl Gay: Fetos de primera y personas de segunda.

5.

Richard Dawkins, en La tiranía de la mente discontinua:

“Quizá tal derroche de información sea inevitable: un mal necesario. No quiero darle demasiada importancia. Lo más grave es que hay algunos educadores –me atrevería a decir sobre todo en temas no científicos– que se engañan al creer que hay una especie de ideal platónico, la ‘Mente de Primera Clase’ o ‘Mente Alfa’: una categoría cualitativamente distinta, tan distinta como la mujer con respecto al varón, o la oveja de la cabra. Es una forma extrema de lo que yo llamo la mente discontinua. Probablemente se remonta al ‘esencialismo’ de Platón, una de las ideas más perniciosas de toda la historia.

A efectos legales, por ejemplo para decidir quién puede votar en las elecciones, tenemos que trazar una línea entre adultos y no adultos. Podemos discutir los méritos de los dieciocho frente los veintiún o dieciséis años, pero todo el mundo acepta que tiene que haber una línea, y la línea debe ser un cumpleaños. Pocos negarían que hay personas de quince años de edad más capacitadas para votar que otras de 40 años de edad. Pero retrocedemos ante el equivalente electoral de un examen de conducir, por lo que aceptamos la delimitación de la edad como un mal necesario. Pero tal vez existan otros casos en los que deberíamos estar menos dispuestos a hacerlo. ¿Hay casos en los que la tiranía de la mente discontinua produce un daño real? ¿Casos en los que debemos rebelarnos activamente contra ella? Sí.

Hay quienes no pueden distinguir entre un embrión de dieciséis células y un bebé. Dicen que el aborto es un asesinato, y se sienten justificados para cometer un asesinato de verdad contra un médico: un ser humano adulto que piensa y siente, con una familia que llorará su muerte. La mente discontinua es ciega a los intermedios. Un embrión es humano o no lo es. Todo es esto o aquello, sí o no, blanco o negro. Pero la realidad no es así.

Por motivos de claridad jurídica, así como el decimoctavo cumpleaños se define como el momento de obtener el voto, puede ser necesario dibujar una línea en algún momento arbitrario en el desarrollo embrionario después del cual el aborto queda prohibido. Pero la condición de persona no surge en un momento dado: madura poco a poco, y va madurando a través de la infancia y más allá.

Para la mente discontinua, una entidad es una persona o no. La mente discontinua no puede entender la idea de media persona o tres cuartas partes de una persona. Algunos absolutistas se remontan a la concepción como el momento en que una persona empieza a existir –el momento en que se inyecta el alma–, así que todo aborto es asesinato por definición. La doctrina católica de la fe titulada  Donum Vitae dice:

‘En el momento en que se fertiliza el óvulo, comienza una nueva vida que no es ni la del padre ni de la madre; es la vida de un nuevo ser humano con su propio desarrollo. Nunca se haría humano si no fuera ya humano. A esta evidencia perpetua […] la ciencia genética moderna le aporta una valiosa confirmación. Ha demostrado que, desde el primer momento, está fijado el programa de lo que será ese ser humano: un hombre, un hombre individual con sus aspectos característicos ya determinados. Ya en la fertilización ha comenzado la aventura de la vida humana…’

http://www.priestsforlife.org/magisterium/donumvitae.htm

Es divertido preguntar a esos absolutistas por un par de gemelos idénticos (que se separaron tras la fertilización, por supuesto) y preguntarles qué gemelo se llevó el alma y cuál es la no-persona: el zombie. ¿Una provocación pueril? Quizá. Pero funciona, porque la creencia que destruye es pueril e ignorante.

‘Nunca se haría humano si no lo fuera antes’. ¿De verdad? ¿En serio? Nada puede convertirse en algo si no lo es antes? ¿Una bellota es un roble? ¿Es un huracán el céfiro apenas perceptible que lo desata? ¿Supones que hubo un momento en la historia evolutiva en el que una no persona parió a la primera persona?

Si una máquina del tiempo pudiera llevarte hasta tu antepasado de doscientos millones de generaciones atrás, te lo comerías con salsa tártara y una rodaja de limón. Era un pez. Pero estás unido a él a través de una línea ininterrumpida de ancestros inmediatos, cada uno de los cuales pertenecía a la misma especie que sus padres y sus hijos”.

6.

Laura Freixas: Lo que no se dice del aborto.

7.

Rescate: La contrarreforma del aborto.

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