CONTRA LA SEMANA SANTA

por gascondaniel

zara63

Hace unos años, en abril de 2010, escribí este texto sobre las procesiones de Semana Santa. Lo recupero hoy:

Ayer, una amiga mía cogió un autobús en Zaragoza. A los pocos minutos, avisaron al conductor de que tenía que desviarse de su ruta habitual porque pasaba una procesión de semana santa. Ella se bajó. Llegó a una calle en la que pasaba una procesión. Cuando intentaba cruzar, una pareja le reprochó su falta de respeto.

En semana santa, España vuelve a un pasado oscuro, de fanatismo sensacionalista. Las imágenes de las procesiones siempre me han parecido inquietantes y gregarias en el peor sentido de la palabra. Que algunos habitantes de un país moderno y democrático adopten ese imaginario irracional, expresionista y truculento, estrechamente vinculado con los fantasmas de la intolerancia religiosa, el culto al martirio y la persecución y la calumnia de los seguidores de otras fes, me resulta bastante extraño, al igual que el aumento del número de cofrades. Imagino que hay muchas razones: las creencias religiosas, el espíritu de grupo, el atractivo folclórico, la potencia de los tambores, el impulso desde los colegios y las instituciones, y, a veces, la falta de una segunda residencia en la que pasar estos días primaverales. Yo tampoco la tengo, pero desde luego en estas fechas la buscaría en Francia.

También me sorprende el entusiasmo con que los medios y las instituciones se suman a algo que representa los peores tópicos españoles. En ese sentido, que el ayuntamiento de Zaragoza haya duplicado la subvención en un tiempo de crisis y recortes necesarios me parece desolador, aunque el aumento de las visitas a la ciudad ayude al turismo y al sector de la hostelería.

La gente puede celebrar lo quiera, pero también debería poder no celebrarlo. Y lo peor de la semana santa en Zaragoza es su obligatoriedad, su interrupción de la vida ciudadana: cortes de tráfico, desvío de autobuses, ruidos que al parecer no molestan a nadie, problemas para establecimientos y peatones. En el aumento de procesiones en los últimos años y sus larguísimos recorridos por el centro hay un afán exhibicionista, una arrogante toma de las calles que son de todos para imponer con una solemnidad rayana en la amenaza un siniestro imaginario tribal.

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