Daniel Gascón

Mes: septiembre, 2013

ALGUNOS PUNTOS CARDINALES

áfrica

1.

La indiferencia santurrona y cómo combatirla, por Nick Cohen.

2.

El sol se pone en Occidente, por Simon Kuper.

3.

Cuenta Diego Manrique:

Hay un libro que explora la relación de los activistas islámicos con la cultura pop: Schmoozing with terrorists, de Aaron Klein. Su misma existencia muestra que los extremistas de Oriente Próximo se tragan sus prejuicios en aras de la publicidad: Klein es un periodista estadounidense de origen judío, con residencia en Jerusalén.

Si hemos de creerle, tuvo la oportunidad de charlar extensamente con representantes de la resistencia palestina sobre el pop. Vamos a ver: no eran expertos en cantantes occidentales, pero —inmersos en el flujo mundial de la telebasura— sabían del beso de Madonna a Britney Spears en la edición 2003 de los citados Premios MTV.

No lo aprobaban. Muhammad Abdel-Al, portavoz de los Comités Populares de Resistencia, era tajante: “Si me encuentro con esas putas, tendré el honor de ser el primero en cortar sus cabezas; Madonna y Britney no deben seguir difundiendo su cultura satánica en contra del Islam”.

En comparación, Abu Abdullah, un dirigente de la rama militar de Hamás, resultaba un moderado. Ofrecería a las cantantes la oportunidad de arrepentirse, tras encerrarlas. Sin embargo ¡ay de ellas si persistían en sus errores! “Si siguen tentando a los hombres para alejarlos del Islam, serán consideradas prostitutas y castigadas con la lapidación o con 80 azotes”.

Sheik Abu Saqer alegaba no tener información directa de quiénes eran Madonna y Britney: “Solo he oído sus nombres en la televisión, cuando los padres se quejan de que sus niños abandonan sus estudios y sus valores cuando se dejan influir por esa música barata que vosotros consideráis cultura”. El jeque, conviene saberlo, fundó el grupo Espada del Islam, responsable de colocar bombas en lugares impíos de Gaza: salones de billar, cibercafés y —atención— tiendas de discos.

Tales delirios pueden servir para echarnos unas risas. Pero se toman muy en serio en los países islámicos, donde se recuerdan los asesinatos de cantantes argelinos durante la guerra civil o la ejecución de Shaima Rezayee, presentadora de un programa musical en la televisión afgana. El odio de los fundamentalistas hacia la música, aunque sea autóctona, provoca situaciones grotescas: las emisoras de radio somalíes, amenazadas por los insurgentes de Hizbul Islam, debieron renunciar incluso a cortinillas y sintonías, reemplazadas por ruidos de vehículos, grabaciones de disparos o cantos de pájaros.

Frente a tan deprimente panorama, puede sorprender que Osama Bin Laden representara un oasis de tolerancia. Kola Boof, una sudanesa que, asegura en su autobiografía, fue obligada a convertirse en su concubina, reveló su debilidad por…Whitney Houston. Maravillado por su belleza, el líder de Al Qaeda ansiaba transformarla en una de sus esposas; se ocuparía luego de convertirla en una verdadera creyente, tras convencerla de que había sufrido un “lavado de cerebro” por crecer como cristiana en Estados Unidos.

Bien pensado, mejor no usar a Bin Laden como ejemplo. Su estrategia de seducción de Whitney pasaba por el asesinato de su entonces esposo, el vocalista Bobby Brown. Según Osama —y puede que no estuviera muy equivocado— el hundimiento de Whitney fue culpa de su marido.

4.

La pseudociencia se cuela en el Congreso, por Javier Salas:

Nada funciona mejor que ese reclamo publicitario de “probado científicamente”, debieron pensarTeresa Jordà (ERC) y Juan Manuel Albendea (PP) al encarar el micrófono ante el hemiciclo. Comenzó la diputada del Grupo Mixto el miércoles 25, interpelando desde su escaño a la ministra de Sanidad: “¿Piensa el Gobierno español regular las terapias naturales (acupuntura, osteopatía, homeopatía, naturopatía, etc.) para dotar de seguridad a la ciudadanía en esta rama de atención a la salud?”.

Jordá defendió ( PDF) que “si en lugar de un problema de cadera el rey tuviera un problema de hemorroides”, le recomendaría que “se tratara mediante acupuntura o lo hiciera mediante homeopatía, que es igualmente eficaz y más barato”, dando por hecho que existe algún tipo de justificación para su argumento evidenciada con estudios científicos. La diputada, argumentando que es más económico su uso que el de medicinas convencionales, abogaba por “su incorporación como cobertura básica del servicio de salud”.

Gracias a presiones como la que pretende ejercer Jordà, España cuenta con un informe oficial (PDF), redactado por el Ministerio de Sanidad, que señala de forma contundente que “las revisiones realizadas concluyen que la homeopatía no ha probado definitivamente su eficacia en ninguna indicación o situación clínica concreta, los resultados de los ensayos clínicos disponibles son muy contradictorios y resulta difícil interpretar que los resultados favorables encontrados en algunos ensayos sean diferenciables del efecto placebo”.

En ese contexto, quizá sorprendió más la respuesta que dio la ministra del ramo, Ana Mato, quien se mostró favorable a regular el uso de homeopatía y otras terapias alternativas (desdeñadas en el informe de su propio departamento por inútiles). Hace más de un año, Mato defendió que “medicamentos para afecciones leves podrían ser sustituidos por cualquier otro producto muchas veces natural”, levantando un revuelo considerable. El debate sobre la regulación de estos remedios no es nuevo y la mayoría de los organismos que apuestan por hacerlo buscan que, ya que no curan, al menos no se perjudique la salud de la población con productos sin supervisar y que pudieran contener cualquier cosa.

La Organización Mundial de la Salud, por ejemplo, reclama que se regulen los preparados homeopáticos: “Generalmente se da por hecho que la seguridad de los medicamentos homeopáticos no debería ser una gran preocupación ya que estos medicamentos son a menudo altamente diluidos cuando se administran. No obstante, esto no es siempre así. La gran variedad de materiales utilizados (plantas medicinales, animales y materiales humanos, agentes patógenos, así como minerales y productos químicos) y otros aspectos técnicos de la producción y fabricación de los medicamentos homeopáticos pueden constituir posibles riesgos para su seguridad”, explica un documento ( PDF) sobre estos remedios publicado por la OMS.

Eso, en cuestiones más genéricas y para dolencias menos graves como las hemorroides que Jordà atribuía hipotéticamente al rey Juan Carlos I. Porque la OMS advierte contra el uso de la homeopatía para otro tipo de enfermedades más graves, como la tuberculosis, el sida o la malaria. No es la primera vez que las Cortes se enfrentan a este debate de la “regulación” de terapias alternativas con poco respaldo científico a sus espaldas. Uno de los últimos en defenderlo fue el senador del PNV Iñaki Anasagasti, quien reclamaba que la quiropráctica contara incluso con titulación universitaria propia.

5.

Creacionistas en un comité para libros de texto sobre la evolución.

6.

Por qué deberíamos elegir la ciencia por encima de la creencia, o cómo Michael Shermer se cansó de los libertarios.

7.

Pankaj Mishra contra la novela global.

8.

La prueba del lápiz, los blancos honoríficos y otros absurdos del apartheid, por Marcel Gascón.

9.

Ronald Dworkin y la religión sin Dios.

[Imagen.]

MÁS DESIGUALES QUE OTROS

casas

1.

Adam Smith en ocho minutos y medio. Aquí, el curso.

2.

Garicano y Villaverde sobre Controles y contrapesos, Arbitrariedad y competencia.

3.

Xavier Vidal-Folch: Le toca mover ficha a París.

3.

The Economist sobre el nuevo libro de Tyler Cowen, Average is Over.

4.

Jorge Galido sobre la desigualdad: uno y dos.

5.

Pablo Rodríguez Suanzes sobre democracia e igualdad.

6.

José Ignacio Torreblanca: Tres contratos.

7.

Tres ideas inaceptables para un demócrata.

8.

Un gráfico sobre la crisis. Y una comparación de los sueldos de los diputados europeos.

9.

Nicolás M. Sarriés: Propuestas para una pequeña bilbioteca económica (uno).

10.

Lo peor de cada uno de los cincuenta estados de EEUU.

11.

Predicciones.

[Imagen.]

CAMUS

camus

Letras Libres (que tiene una nueva aplicación para Ipad) dedica su portada de septiembre a Albert Camus.

1.

Camus, el moralista reticente, por Tony Judt.

2.

Camus ante su tiempo, por José María Ridao.

3.

Camus por Bernard-Henri Lévy.

4.

Un artículo de Adam Gopnik.

5.

Scialabba sobre Camus y Argelia.

6.

El discurso del Premio Nobel.

7.

Albert Camus va al fútbol y un periodista deportivo lo reconoce.

[Imagen: Rue des Archives/René Saint Paul.]

SELECCIÓN, ROBO, ORGULLO Y NACIONALISMO

vueltas

1.

La piratería es robo, igual que meterle la mano a alguien en el bolsillo y quitarle la cartera, dice Philip Pullman.

2.

Antonio Muñoz Molina, Kitsch nacional:

El kitsch prospera en ese cruce de la sensibilidad atolondrada y el cinismo mercenario que explotan con tanto éxito los llamados creativos de la publicidad. Un anciano canoso y entrañable que amasa el pan con manos expertas sobre una vieja mesa de madera mientras suena de fondo una musiquilla pastoral sirve para anunciar una marca de tóxicos bollos industriales. Un padre camina de la mano de un niño por una playa al atardecer y nos están vendiendo un producto financiero que resultará una estafa consentida por la ley. Un vaquero rudo cabalga hacia el horizonte con objeto de difundir el tabaco rubio y el cáncer de pulmón. Una voz grave, estremecida, traspasada de nostalgia, nos sugiere la melancolía del invierno y del paso del tiempo y la dulzura del regreso para ofrecernos a continuación, sin miramiento ni escrúpulo, una marca de turrón.

Voces de publicidad de café, de turrón, de cuentas bancarias, se oyen en los anuncios que reclaman la independencia de Cataluña, recitando en penumbras que aluden a la opresión, al luto, al largo sufrimiento. Uno lo he visto protagonizado por el actor Juanjo Puigcorbé, que durante bastantes años ha sobrellevado el dolor por su patria cautiva mientras se hacía una carrera espléndida en el cine español y en la televisión española. En otro reconocí de inmediato la voz del acreditado cantante melódico Dyango, que puso fondo musical a muchos bailes apretados en las discotecas de la España opresora y pueblerina. Son voces muy semejantes, de una dignidad sobria, herida, anhelante, con un cierto vibrato de elocuencia poética. También hay una voz del kitsch patriótico andaluz, muy promovido por Canal Sur, una voz de haches muy aspiradas y entonación soñadora, con un fondo de esos refritos moruno-aflamencados a los que las autoridades expiden certificado de mestizaje, con una sugestión de chiringuito de playa y galbana clientelar.

El kitsch acumula sus efectos con la misma desenvoltura saqueadora con que el arquitecto historicista acumulaba arcos árabes, capiteles corintios, bajorrelieves asirios. Fue el afán patriótico lo que llevó a Chaikovski a despeñarse del todo en el kitsch añadiendo cañonazos y vuelos de campanas a la rimbombancia de la Obertura 1812. Con la misma pasión acumulativa, hay patriotas catalanes que se identifican con todas las causas emancipatorias que les parecen afines, con el fervor kitsch con que un espectador de ópera ve reflejados sus modestos contratiempos sentimentales en las tragedias desmelenadas de una soprano moribunda. El kitsch privado otorga la sensación de sentir y respirar al unísono con los grandes artistas; el kitsch nacional, la de compartir el sufrimiento de los más prestigiosos oprimidos: los bálticos invadidos y esclavizados por Stalin, los palestinos en los territorios ocupados, los judíos, por supuesto, los negros que marcharon sobre Washington en 1963 reclamando justicia social y derechos civiles. Al confort de la vida en un país de la Unión Europea se añade así el privilegio irresistible de la persecución, igual que entre las ofertas de un crucero se incluye a veces una representación conmovedora de Les misérables en el teatro de a bordo.

3.

Escribe José Antonio Maravall:

Veamos el sistema electoral alemán. La mitad de los escaños se asignan según los votos a listas de los partidos; la otra mitad, según los votos a candidatos en circunscripciones uninominales. Los resultados electorales serían equivalentes al sistema español. Solo cambiarían si se introdujeran en España circunscripciones pequeñas o medianas, en torno a siete diputados cada una. Alberto Penadés lo ha mostrado de forma muy convincente. Si podrían producirse cambios en la calidad de los candidatos en las circunscripciones uninominales, así como en la relación entre votantes y representantes. Aquí radica para mí el mayor interés del sistema alemán.

Otras ocurrencias tienen que ver con la selección negativa de nuestros políticos. Este es, sin duda, uno de los principales problemas de la democracia. Pero cuanto más se denigre la política, peores serán aquellos que se dediquen a ella. Muchas propuestas para “mejorarla” son dudosas:

—Una “ley de partidos” no constituye una varita mágica. En los países donde funcionan bien, esa ley no existe; ni los congresos ni la selección de candidatos se regulan por ley. Países con partidos abiertos y democráticos disponen de reglas similares a las españolas.

—Elecciones primarias pueden ser plebiscitos escasamente democráticos. Tony Blair utilizó consultas directas a los afiliados para saltarse los controles intermedios del partido laborista. No entiendo por qué una mayor democracia interna consiste en desarbolar los órganos de representación y control internos. Deseo un debate público de calidad y las primarias no lo aseguran.

—Circunscripciones uninominales y listas abiertas pueden permitir una mayor autonomía de los representantes respecto de la dirección central de su partido. Pero cabe que generen caciques con apoyos propios, independientes de la dirección del partido. No existe en Estados Unidos una mayor limpieza de la política; sí una mayor influencia del dinero y chantajes como los de la National Rifle Association.

Sin duda la disciplina de los grupos parlamentarios resulta penosa. Fernando Abril Martorell la defendió en su día para evitar que los partidos se convirtieran en “una especie en vías de extinción”: ese momento sin duda ha pasado. Pero un partido con múltiples posiciones suele ser rechazado: los ciudadanos no saben a cuál de esas posiciones atenerse. Y los debates internos con frecuencia se interpretan como peleas por el poder. Lo que los ciudadanos en las 21 democracias parlamentarias de la OCDE apoyan es una peculiar mezcla de participación y autoridad, ambas democráticas.

No pienso que existan remedios institucionales mágicos a las carencias de nuestra vida política, pero no acepto resignación y fatalismo. Creo que la solución podrá venir de una mayor participación política en una sociedad largo tiempo desmovilizada; de ciudadanos que defiendan activamente aquello en lo que crean, fuera o dentro de los partidos; de que medios de comunicación y jueces desempeñen adecuadamente su papel de control. De que los ciudadanos mantengan toda la desconfianza política, pero sin ceguera alguna: descalificaciones genéricas de la política y de los políticos socavan la democracia. Nunca he comprendido por qué uno es felicitado por no volver a la política en vez de ser criticado.

Apoyo una reforma constitucional. Quiero un Estado laico de verdad; un mejor acomodo para Cataluña, cuya autonomía tiene una razón de ser muy diferente de aquellas para las que se pensó el artículo 143 de la Constitución; una Monarquía transparente y que rinda cuentas; una educación pública cuyo refuerzo requiere reformar el artículo 27 de la Constitución; una sanidad pública tratada como un derecho no relegado al artículo 43. Pero no basta con que yo lo quiera.

Una reforma constitucional no se puede justificar con el argumento de Jefferson de que una generación no puede ser gobernada por una Constitución elaborada por una generación anterior. La opinión de Madison ha prevalecido en todas las democracias: si una generación ha tenido que hacer frente al caos, ese caos no tiene por qué ser sufrido por generaciones siguientes. Las reformas solo se justifican con argumentos rigurosos acerca de problemas muy serios. Por poner algunos ejemplos: Cataluña, la política fiscal, la crisis del euro, programas de gasto social no redistributivo, la dirección política de la Unión Europea. Si no es así, reformar o renovar solo consistirá en fichar a un Justin Bieber; en sustituir ideas por palabras retóricas.

4.

Victor Lapuente sobre la selección de funcionarios.

5.

Torreblanca sobre las elecciones alemanas.

6.

Las dos caras de Rusia, de Robert Skidelsky.

Putin, la política y el orgullo nacionalista.

7.

Por qué no soy nacionalista, de Lexuri Olabarriaga Díaz.

8.

Jhumpa Lahiri selecciona cinco libros sobre la violencia.

9.

Un suplemento literario.

10.

Crear un incidente mayor para que no haya incidente.

11.

Un elogio de Auden. Y una lectura.

[Imagen.]

DEFORMACIÓN PROFESIONAL

ROTH

1.

Antón Castro sobre Martín de Riquer.  Un texto de José-Carlos MainerArcadi Espada entrevista al filólogo.

2.

Una conversación con Giles Tremlett.

3.

Los periódicos europeos, internet y la nueva realidad.

4.

Pankaj Mishra y Jeniffer Szalai sobre política y la novela contemporánea.

5.

Jonathan Coen sobre la novela cómica, la tradición inglesa y la influencia del Quijote.

6.

Una teoría sencilla de la historia inteluctual reciente de Estados Unidos, por Tyler Cowen.

7.

Pablo Rodríguez Suanzes sobre El ala oeste de la Casa Blanca.

8.

El presidente de Estados Unidos ha hecho un chiste. Por favor, ríanse: sobre la traducción.

9.

Dos textos de Janet Malcolm y una entrevista sobre el arte de la no ficción.

10.

Cuéntame un cuento y verás qué contento.

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DECISIONES

SUNSET

1.

Escribe Ricardo García Cárcel:

Las emociones connaturales a los discursos nacionalistas son muy respetables, pero los relatos del pasado deben disciplinar las tentaciones del imaginario. Contrariamente a lo que tanto repiten los independentistas, Cataluña no fue ni independiente ni gozó feliz de un Estado propio antes de 1714. La idealización del austracismo como el sueño de la Cataluña que no pudo ser es históricamente indefendible. El mítico constitucionalismo foral generó, al menos, las mismas lagunas morales de corrupción y de arbitrariedad sectaria en la satisfacción de privilegios que el tantas veces aborrecido centralismo absolutista. Cualquier parecido del derecho foral con un régimen democrático es pura coincidencia.
1714 fue la desembocadura de una guerra europea y española en la que la paloma catalana se equivocó demasiadas veces hasta situarse totalmente fuera de la realidad en el marco de un clima de fanatización religiosa siempre inquietante. Se equivocó en el viraje hacia la deslealtad hacia Felipe V, el candidato legítimo al trono español tras el testamento de Carlos II. Se equivocó con su apuesta por el Archiduque Carlos, que a la primera oportunidad que tuvo, en 1711 se fue a Viena para ser Emperador, dejando a su mujer como regente que, también, en cuanto pudo, se marchó dejando a Cataluña sin referente político alguno, en patética soledad. Se equivocó creyéndose las buenas palabras de la reina de Inglaterra o del citado Carlos (luego Emperador Carlos VI), y abrazándose a la posibilidad primero de una Corona de Aragón protegida por el Imperio, después de una República catalana y, en último extremo, de la conservación de los fueros.

Sus embajadores en Viena o Londres nada consiguieron de lo reivindicado. El coste de la inconsciencia y la precipitación. Al final, hasta se intentó pactar con los turcos. Se equivocó creyendo que se podían movilizar tropas en Cataluña a favor de la resistencia. Se quedó prácticamente sola Barcelona. Se equivocó, por último, esta ciudad decidiendo la resistencia suicida final frente a los que postulaban la negociación, entre los que estaba, por cierto, el después héroe a su pesar, Rafael de Casanova. 78 votos contra 45 en la Junta de Brazos.

Curiosamente, las glosas a la épica catalana del sitio de Barcelona fueron muy tardías. Casanova se convirtió en el gran héroe nacional de la resistencia en 1886 –había muerto en 1743- cuando se esculpió su estatua. El legado más inmediato de esa fecha de 1714 lo recogería el carlismo. La mejor historia del sitio de Barcelona la escribió el canónigo carlista Mateo Bruguera (1871). La Renaixença se interesó más por la Guerra del Segadors y toda su simbología que por 1714. Prat de la Riba sólo publicó un artículo sobre el Once de Septiembre en 1899. Reconocía el heroísmo, pero lo consideraba inútil y en el fondo poco nacional por haber adoptado la bandera de un partido español. La fiesta del Once de Septiembre no se empezó a celebrar hasta 1891. Hicieron más las prohibiciones por parte de Primo de Rivera y Franco de las conmemoraciones del Once de Septiembre que la propia fuerza promotora del nacionalismo nostálgico.

2.

Escribe Javier Cercas:

Es posible que en los últimos tiempos estemos viviendo en Cataluña una suerte de totalitarismo soft; o, por usar de nuevo el término de Pierre Vilar, una suerte de “unanimismo”: la ilusión de unanimidad creada por el temor a expresar la disidencia. El instrumento de esta concordia ficticia no es la violencia, sino el llamado derecho a decidir: quien está en favor del derecho a decidir no es sólo un buen catalán, sino también un auténtico demócrata; quien está en contra no es sólo un mal catalán, sino también un antidemócrata. Así las cosas, es natural que, salvo quienes sacan un rédito de ello, en Cataluña casi nadie se atreva a dudar en público de un derecho fantasmal que no ha sido argumentado, hasta donde alcanzo, por ningún teórico, ni reconocido en ningún ordenamiento jurídico; también es natural que nadie se resuelva a decir que, aunque parezca lo contrario, no hay nada menos democrático que el derecho a decidir. O, dicho de otro modo: ahora mismo, el verdadero problema en Cataluña no es una hipotética independencia, sino el derecho a decidir.

[…]

La pregunta se impone: ¿existe esa mayoría? Los partidarios del derecho a decidir sostienen que precisamente para eso, para saber si existe, es indispensable un referéndum (en este asunto, las encuestas no sirven, como comprobamos en las anteriores elecciones); pero, antes de usar ese recurso excepcional e imprevisible, cualquier político honesto y prudente usaría el recurso previsto por la ley: las elecciones. Quiero decir: unas elecciones en las que todos los partidos declaren, clara e inequívocamente, su posición sobre la independencia. En las últimas, los partidos inequívocamente independentistas (ERC más CUP) sumaron 24 diputados de 135: apenas un 17%. ¿Cuántos diputados sumarían los independentistas si en unas futuras elecciones el resto de partidos dijera con claridad si quiere la independencia o no? Eso es lo que deberíamos saber antes de tomar la vía azarosa del referéndum: si hay una mayoría de partidarios de la independencia, habrá que celebrar un referéndum; si no la hay, no.

Es dudoso que vayamos a tener una respuesta a la anterior pregunta, porque CiU sabe que si defiende la independencia en unas elecciones, las perderá (y antes se habrá roto por dentro: aún no sabemos si Convergència es independentista, pero sí sabemos que Unió no lo es), así que seguirá sin decir la verdad a sus electores; en cuanto a la izquierda, todo indica que seguirá atrapada en la telaraña ideológica que le ha tejido CiU –de ahí que acepte el derecho a decidir–, cavando su propia tumba y minando la democracia. No veo otra forma de decirlo: se puede ser demócrata y estar a favor de la independencia, pero no se puede ser demócrata y estar a favor del derecho a decidir, porque el derecho a decidir no es más que una argucia conceptual, un engaño urdido por una minoría para imponer su voluntad a la mayoría.

3.

En defensa de las anomalías históricas, por Ferran Caballero.

4.

Escribe Francesc de Carreras:

Las bases de este previsible diálogo no están claras, sobre todo no lo están sus límites. El Gobierno de la Generalitat debe saber que no existe el derecho a decidir entendido en el sentido de que la voluntad de los ciudadanos catalanes, expresada mayoritariamente en las urnas, sea vinculante para el resto de los españoles en cuestiones que afecten a estos. Además, si existiera –es decir, si fuera legalmente reconocido– vulneraría el principio democrático.

Lo dijo más o menos así Felipe González el invierno pasado en un coloquio celebrado en Barcelona: “Vosotros queréis votar sobre la independencia de Catalunya. De acuerdo. Pero yo también”. Tenía toda la razón del mundo, porque expresaba una idea de una lógica aplastante: que Catalunya se separe de España, por múltiples razones, me afecta también a mí y al resto de los españoles. Yo añadiría, incluso, a todos los ciudadanos europeos, no olvidemos que España también forma parte de la Unión Europea.

Que una comunidad autónoma como Catalunya no tenga derecho de autodeterminación –derecho a separarse de España por su sola voluntad, pues así entienden muchos el derecho a decidir– no es una regla jurídica arbitraria, sino la consecuencia de aplicar los valores de libertad e igualdad de las personas, los dos valores básicos de todo Estado democrático de derecho. Felipe González y los demás españoles también deben votar en una decisión que les afecta, porque no pueden ser discriminados al ser tomada tal decisión. Dicho en palabras más solemnes: la soberanía está en el pueblo español, no en el catalán. Por tanto, el derecho a decidir de los catalanes no existe.

Por otro lado, el Gobierno español debería preocuparse de saber cuál es la voluntad de los catalanes en esta cuestión. Ni las manifestaciones, las cadenas humanas, los sondeos de opinión o los resultados electorales permiten conocer la opinión mayoritaria de los ciudadanos de Catalunya. Hace falta un debate en el que las causas y todas las previsibles consecuencias de una hipotética independencia sean puestas abiertamente sobre la mesa.

De los actuales datos sólo uno parece indudable: una gran mayoría de catalanes quiere votar, quiere que se le pregunte si desea que Catalunya se separe de España y se constituya en un Estado independiente y soberano. Los catalanes solos no pueden decidir, ya lo hemos dicho, pero a mi parecer pueden ser consultados por las autoridades estatales mediante un referéndum de acuerdo con lo que establece el artículo 92 de la Constitución.

Este procedimiento permitiría conocer el dato que nos falta: cuál es la voluntad mayoritaria de los catalanes. Si la mayoría de los ciudadanos de Catalunya deseara seguir perteneciendo a España el proceso habría terminado; si, por el contrario, una mayoría se inclinara por separarse, habría que proceder a una reforma de la Constitución para que todos los españoles decidieran si Catalunya debería ser excluida de España.

Que unos renuncien a decidir, que otros estén dispuestos a consultar. Los problemas por concretar son muchos, ya lo sé. Pero quizás en este marco de diálogo y negociación se podría llegar a un acuerdo.

5.

Sí, sí, de Arcadi Espada:

Por el contrario, ningún partido se ha decidido a hablar del derecho a decidir de los españoles. A hablar y a promocionar. No cabe esperarlo del partido en el gobierno. El partido en el gobierno tiene una representante en Cataluña que se encerró en casa el 11 de septiembre, con lo que le gusta salir a comer. No cabe esperarlo tampoco del primer partido de la oposición, cuya primera diputada por Barcelona ejerce el derecho en Miami Beach. Y los comunistas la quieren antes rota que roja. Pero lo sorprendente es la inacción política de Ciutadans y UPyD. ¿Cómo es posible que esos dos partidos (uno y lo mismo) no hayan empezado a movilizar a la opinión pública española en la defensa de sus derechos políticos elementales, y el principal, que es el de su soberanía? La respuesta al derecho a decidir de los nacionalistas no es no. Es sí. Por supuesto que sí. Incluso por supuestiSÍmo. Solo el sí devuelve a los nacionalistas la imagen real de su propuesta y les obliga a exhibir su fondo de armario excluyente y xenófobo: su no a los españoles de fuera y de dentro.

6.

Rescate: Tertulia en el Igueldo.

7.

El Museu d’Historia no permite rodar ‘Isabel’ en el Tinell.

8.

Parecía que era natural, pero resulta que era para una webserie.

[Imagen.]

CONTRA EL DEPORTE

football

1.

Escribe Gregorio Morán:

“El Deporte, el Fútbol, las Grandes Competiciones -así, todo en mayúsculas- se anuncian ya como el gran negocio mafioso del siglo XXI. Estamos en ello. Porque la gente en épocas de aflicción quiere hacerse aún más idiota de lo que es, y como antaño tenían a mano a la Virgen de Fátima o la de Lourdes, consideran ahora que su equipo, llámese Barça o Real Madrid, o Oviedo, o Rancatapinos de Abajo, les otorga unas satisfacciones que evocan tanto las masturbaciones de nuestra adolescencia como las frivolidades de Manolo Vázquez Montalbán o el uruguayo Eduardo Galeano. Cuando en Buenos Aires me contaron que Maradona era un ídolo de la gente del plomo y la radicalidad, fui consciente de que era ineludible que la izquierda se sentara en el diván freudiano. Esa frase memorable de los hinchas cuando aseguran, convencidos de su gran papel histórico, ‘hemos ganado’ me parece tan patética como si el que vende cupones prociegos a la puerta de una sucursal bancaria asegurara que ‘hoy ha superado nuestro banco el índice de cotización que le coloca en el ranking de los más rentables’. Hemos perdido el concepto de clase. Somos subalternos con conciencia de mayordomos voluntarios.

[…]

Es una parodia sarcástica que un país conocido en el mundo entero por la más elaborada red de dopaje se atreva a plantearse unos Juegos Olímpicos.

Sería como una casa de putas proponiendo un congreso mariano en sus instalaciones. Y en este caso, sin dinero para adecuarlas a menos que se recorten aún más las partidas dedicadas a los ancianos, los parados, los jóvenes, los hospitales… ¿Cómo es posible que media ciudadanía no haya salido para denunciar esta desfachatez? Porque el deporte son votos y la fauna política lo sabe. Posiblemente sea un tema general. No podemos enfrentarnos a la estupidez de masas. Es como en los partidos de fútbol, como en las competiciones de alto voltaje, como en las finanzas, como en los periódicos… Nadie está dispuesto a decir algo que la sociedad no quiera oír”.

2.

Escribe Antonio Elorza:

“Fuera o no causa principal de la derrota, lo esencial es que el espíritu olímpico ha estado ausente demasiadas veces en España sobre el dopaje, tanto por lo que concierne a las autoridades como a los medios de comunicación. Lo importante era lograr medallas o subir a podios, con indiferencia ante los procedimientos utilizados para ello. Por ser quienes eran, nuestros campeones se encontraban por encima de toda sospecha. No era solo una reivindicación de la presunción de inocencia, sino una declaración preventiva de la misma, envuelta en sugerencias acerca de los turbios intereses que debían animar a los jueces. Sería raro encontrar fuera un ejemplo de conducta exculpatoria comparable a la del expresidente Zapatero al tratar de interferir en el procedimiento de sanción contra el eventual dopaje de Alberto Contador en el Tour. Zapatero se había autoasignado las competencias deportivas, en tanto que anexo a la presidencia del Gobierno, y no quería perder su participación en la gloria. Sin tanta estridencia, hasta hace bien poco, nuestras autoridades deportivas y políticas franquearon el Rubicón de la dignidad pronunciando la absolución previa de otros acusados. Así, una atleta como Marta Domínguez puede exhibir un espléndido palmarés, pero eso no debe borrar las investigaciones sobre su posible dopaje y aprobar que el Partido Popular viera en las mismas un ‘claro ataque político’ e ignorase la circunstancia, blindando su figura pública, al asignarle la condición de senadora. Como en la vieja película, más dura será la caída si el procedimiento de la Federación Internacional de Atletismo tiene un desenlace negativo.

En el transcurso de la Operación Puerto se tiene una impresión semejante: la Guardia Civil aplica la ley, las autoridades no toman la pertinente iniciativa de aprovechar el enorme fraude poniendo en marcha una investigación general sobre el tema y los medios deportivos informan sucintamente. En televisión, nada. Nos quedamos con los apasionantes relatos donde la crónica de las escaladas figura envuelta en elogios a corredores desconocidos. No ha de extrañar que desde otros países, y en particular desde Francia, se presente de forma grosera al deporte español como si todo éxito, de Nadal para abajo, fuera obra del doping. Recuerdo una presentación similar en las páginas del sesudo Le Figaro: mi mensaje de protesta no fue publicado en la edición digital, convirtiéndome en receptor forzoso de su publicidad. La permisividad culpable ha hecho que paguen justos por pecadores.

En fin, haya espectáculo deportivo, aunque no haya pan. Ahí está la no retroactividad de la equiparación en el IRPF a los futbolistas extranjeros o la benevolencia frente al endeudamiento de los clubes y los fichajes astronómicos. Si un club de Madrid tiene doscientos millones de deuda, hagamos torres de diecisiete pisos contra la ordenanza para que la salde. A nuestros munícipes no les preocupa que por una deuda muy inferior la Universidad tenga que expulsar profesores jóvenes, frenar la investigación y gestionar la miseria. Además, nada importa, ni siquiera la secesión catalana, si el Barça puede jugar la Liga”.

3.

Christopher Hitchens escribió en 2010:

“Y ahora una revista deportiva: en Angola a principios de enero un grupo de tiradores rocía el autobús que transporta a la selección nacional de fútbol de Togo, matando a tres personas en el proceso, y un grupo terrorista local anuncia que mientras la Copa África se juegue en suelo angoleño se producirán homicidios. Los Estados miembros de la Comunidad de Desarrollo del África Austral (SADC) que tienen la tarea ser de anfitriones de la Copa de Naciones y el Mundial de fútbol en Ciudad del Cabo este verano están sumidos en el desorden y la confusión, como consecuencia de la disputa entre Angola y Congo sobre los aspectos de ‘seguridad’ en este acontecimiento supuestamente prestigioso.

En mi escritorio hay un ensayo del brillante académico sudafricano R. W. Johnson, que describe las olas de resentimiento y los trastornos que avanzan por la hermosa Ciudad del Cabo mientras se acerca el inicio de la Copa del Mundo. Los excesos de coste y la corrupción, el cierre de escuelas para dar cabida a un nuevo estadio construido a toda prisa, la animosidad violenta entre taxistas y trabajadores del transporte, los conflictos constantes sobre los apaños para las eliminatorias, las acusaciones de soborno de árbitros… Nada está a salvo. (¿Por cierto, no hay algo grandioso y patético al mismo tiempo en las palabras ‘Copa del Mundo’? No se diferencia de la expresión micromegalómana ‘Serie Mundial’, que designa un juego que solo un puñado de países se molesta en jugar.)

Mi periódico de esta mañana tiene la noticia de otro momento desagradable en las relaciones indo-pakistaníes: legisladores pakistaníes han cancelado una visita propuesta de la India, después de que la liga del vecino más grande no pujara por ninguno de los 11 jugadores de cricket paquistaníes que había se habían ofrecido.

Mientras tanto, el agradable, acogedor y ecuánime Canadá, a punto de ser el anfitrión de los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver, es ahora objeto de un torrente de denuncias de las autoridades deportivas británicas y estadounidenses, que dicen a que sus atletas se les niega el pleno acceso a la sede de pistas de esquí y de patinaje. La familiaridad con ellas es importante en la prepración y el entrenamiento, pero los canadienses están, evidentemente, decididos a proteger la ventaja del que juega en casa. Según un informe publicado en The New York Times, la pista de esquí alpino de Whistler fue el escenario de una imagen sorprendente, ya que ‘varios aspirantes a la medalla se quedaron mirando desde la valla mientras el equipo canadiense entrenaba. Todo el mundo presionaba para conseguir el descenso’, dijo Max Gartner, director de deportes alpinos de Canadá. ‘Es una ventaja que no se puede regalar ‘. Nah nah nah nah nah, son nuestras montañas y no se puede esquiar en ellas, o no hasta que hayamos sacado ventaja. ‘Somos el único país que ha acogido dos Juegos Olímpicos [1976, en Montreal y Calgary en 1988] y nunca ha ganado una medalla de oro en nuestros juegos’, se quejó Cathy Priestner Allinger, vicepresidenta ejecutiva del Comité Organizador de Vancouver. ‘No es un récord del que estemos orgullosos’. Pero, en cambio, echar a los huéspedes a codazos: de eso sí que se puede estar orgulloso.

No tuve que leer mucho más para encontrar la obsrevación que sabía que iba a hcerse sobre esta conducta maliciosa y mezquina. Un aparentemente herido Ron Rossi, que es director ejecutivo de algo relacionado con la nieve llamado USA Luge, hablaba con maltrechos tonos de un supuesto ‘pacto entre caballeros’ que se remonta a Lake Placid en 1980, y dijo de la solapada táctica de Canadá: ‘Creo que muestra una falta de deportividad ‘.

Al contrario, señor Rossi, lo que estamos viendo es la esencia misma del deporte. Ya se trate de la exacerbación de las rivalidades nacionales que quieras -como en África este año- o la exposición de los rasgos más deprimentes de la personalidad humana (armas de fuego en los vestuarios, palos de golf empleados en el hogar, los perros mutilados y torturados en las casas de las estrellas para hacerlos pelear, drogas y esteroides en todas partes), solo tienes que mirar el amplio mundo de los deportes para encontrar los ejemplos más variados y evidentes. Como George Orwell escribió en su ensayo de 1945 ‘El espíritu deportivo’, tras otro brote de caos y chovinismo en el campo del fútbol internacional, ‘el deporte es una causa indefectible de mala voluntad’. Seguía:

Siempre me sorprende oír que el deporte crea buena voluntad entre las naciones, y que, si los pueblos del mundo pudieran enfrentarse en el fútbol o el críquet no sentirían ninguna inclinación a enfrentarse en el campo de batalla. Incluso aunque uno no conociera por ejemplos concretos (los Juegos Olímpicos de 1936, por ejemplo) que los concursos deportivos internacionales conducen a orgías de odio, podría deducirlo a partir de principios generales.

Un poco fuerte, podría decirse. Pero ¿qué pasa con la guerra fronteriza entre El Salvador y Honduras en 1969, cuando la violencia desatada por un partido de fútbol disputado escaló hasta un bombardeo aéreo? En Jartum, recientemente, un partido de fútbol entre Egipto y Argelia llevó a la violencia generalizada, un brusco intercambio de notas diplomáticas, un discurso sobre el ofendido honor nacional del presidente Hosni Mubarak, el odio histérico bombeado en los medios de comunicación estatales, y un extenso deterioro de lo que se podría llamar civilidad. ¡Y esto entre dos miembros de la Liga Árabe! Por cierto, la observación se hace cargo de la excusa que a veces se ofrece: que si los países rivales limitaran sus enfrentamientos al ámbito deportivo, la disputa entre ellos se liquidará indirectamente. Antes del partido en Jartum, Egipto y Argelia no tenían ninguna disputa diplomática. Después del juego, gente perfectamente seria decía en El Cairo que la atmósfera se parecía a la que había después de la derrota del país en la guerra de junio de 1967… En el caso de India-Pakistán, la situación es casi la inversa: las relaciones entre los dos países han sido bastante venenosas durante décadas, pero no hay duda de que el desaire del cricket ha convertido casi sin esfuerzo una muy mala situación en otra aún peor.

Sí, sí, conozco Invictus y soy un poco amigo y gran admirador del autor del libro original. Pero fue el uso de rugby y otros cultos deportivos para reforzar y ejemplificar el apartheid lo que había creado el problema en primer lugar. Y ningún observador con los ojos abiertos de la escena sudafricana cree que el momento Invictus fuera más que una breve pausa en la disminución constante de la amistad entre los grupos étnicos del país: un declive que tiene mucho que ver con las rivalidades deportivas e idiotas fidelidades y costumbres de las que dependen esas lealtades. Así que ahí hay algo tan tóxico que está incluso a prueba de Mandela. (Supongo que la gente que voluntariamente se describe como ‘fan’ es consciente de la etimología del término, pero considera que no es ningún insulto.)

No he terminado. Nuestro propio discurso político, ya bastante vaciado, ha sido degradado por la continua importación de metáforas ‘deportivas’: expresiones pobres e insípidas y alegres como ‘fuera de juego’, ‘línea de gol’, y otras tonterías. Esto es ya bastante duro para los ojos y los oídos -y hay algunos dibujantes parecen incapaces de hcer nada sin ello-, pero también aumenta la tendencia deplorable a mirar el sistema de partidos como una cuestión de lealtad de equipo, que es la forma más trivial y paleta que el vínculo puede tomar. Mientras tanto, el chanchullo del patrocinio significa que una sarta de ladrones y mediocres son regularmente comercializados y presentados como ‘modelos de conducta’, y se considera normal que la programación seria sea pospuesta o incluso interrumpida si un juego aburrido entra en (las palabras son como un redoble) la prórroga.

No puedo contar el número de veces que he cogido el periódico en un momento de crisis y encontrado regiones enteras de la primera página dedicadas tanto a los resultados ya conocidos de un juego aburrido, o a la depredación moral o criminal de algún consumidor de esteroides excesivamente bien pagado. Escucha: el periódico tiene una sección separada dedicada a toda la gente que quiere degradar el acto de leer al mirar con entusiasmo los resultados de los eventos deportivos que tuvieron lugar el día anterior. Estos consumidores ávidos también tienen toneladas de canales especializados y publicaciones que están cuidadosamente moldeados a sus necesidades especiales. Todo lo que pido es que se mantengan fuera de los periódicos destinados a personas adultas.

O imagina esto: me siento en un bar o restaurante y de pronto salto, el rostro contraído de placer o pena, gritando y gesticulando y mirando como si luchara contra abejas. Yo esperaría que el maître pronunciara al menos una palabra de sosiego, que mencionase la presencia de otras personas. Pero entonces todo lo que necesito hacer es pronunciar algún conjuro tonto -’Steels’, por ejemplo, o incluso ‘Cubs’- y todo el mundo decide que soy un caso especial que merece que le traten de forma consoladora. O que me otorguen un amplio espacio: ¿alguna vez te has visto envuelto en una pelea por un partido que ni siquiera sabías que se estaba jugando? ¿O has visto los rostros patéticos de unos hombres, e incluso algunas mujeres, tratando de mantener el paso con la manada al profesar una devota lealtad a otra manada que aparece en la pantalla? Si quieres una metáfora deportiva decente que funcione tanto para los aficionados como para los jugadores, intenta escoger una de los escándalos más recientes. El aspecto –y el habla- de todos los implicados apunta a que sufren una conmoción cerebral.

¡Espera! ¿Alguna vez has tenido una discusión sobre la educación superior que no estuviera contaminada con balbuceos sobre el equipo de la universidad y las increíbles instalaciones del campus para el culto de la guerra atlética? ¿Has visto cómo la señal de un mal instituto que se acerca a su momento Columbine es que los atletas dirigen el centro? ¿Te preocupas cuando generales retirados aparecen en la pantalla y hablan neciamente sobre ‘touchdowns’ en Afganistán? Por una especie de ley de Gresham, el énfasis en el deporte tiene un efecto de reducir constantemente el mínimo denominador común, en su propio campo y en todos los que permiten que los infecte.

Aunque yo no creía que la historia perteneciera a la sección de noticias, hoy me he enterado de que no hay nieve suficiente para el festival tan financiado de Vancouver, y traerán algunas cosas blancas desde el norte. Al menos ese puede ser un momento que resulte interesante observar (los haitianos, en particular, seguro que estarán encantados de verlo). Mientras tanto, al igual que millones de otras personas a las que el asunto no les importa, no podré escapar del pulverizador aburrimiento del propio acontecimiento. El calentamiento global nunca pareció una perspectiva más atractiva. Que no nieve, que no nieve, que no nieve”.

2.

George Orwell escribió en 1945:

“Ahora que ha terminado la breve visita del equipo de fútbol Dinamo, se puede decir públicamente lo que muchos pensaban o decían en privado antes de que se produjera. Es decir, que el deporte es una causa indefectible de mala voluntad, y que si esa visita tuviera algún efecto sobre las relaciones anglo-soviéticas, solo podría ser para que estas anduvieran un poco peor que antes.

Ni siquiera los periódicos han podido ocultar el hecho de que al menos dos de los cuatro partidos jugados crearon muchos sentimientos negativos. En el partido del Arsenal, me ha dicho alguien que estuvo allí, un británico y un jugador de Rusia llegaron a las manos y la multitud abucheó al árbitro. El partido de Glasgow, alguien me informa, fue simplemente un acontecimiento sin reglas desde el principio. Y luego estaba la polémica, típica de nuestra época nacionalista, sobre la composición del equipo del Arsenal. ¿Era realmente un equipo de toda Inglaterra, como afirman los rusos, o solo un equipo de la liga, como afirman los británicos? ¿Y los Dinamos pusieron fin a su gira bruscamente para evitar jugar contra un equipo de toda Inglaterra? Como de costumbre, todo el mundo responde a estos interrogantes según sus preferencias políticas. No todos, sin embargo. He observado con interés, como un ejemplo de las pasiones feroces que provoca el fútbol, que el corresponsal deportivo del rusófilo News Chronicle adoptó la línea antirrusa y mantenía que el Arsenal no era una selección de Inglaterra. Sin duda, la controversia continuará resonando durante años en las notas a pie de página de los libros de historia. Mientras tanto, el resultado de la gira del Dinamo, en la medida en que ha tenido algún resultado, habrá sido crear nueva animosidad en ambas partes.

¿Y cómo podía ser de otra manera? Siempre me sorprende oír que que el deporte crea buena voluntad entre las naciones, y que, si los pueblos del mundo pudieran enfrentarse en el fútbol o el críquet no sentirían ninguna inclinación a reunirse en el campo de batalla. Incluso aunque uno no conociera por ejemplos concretos (los Juegos Olímpicos de 1936, por ejemplo) que los concursos deportivos internacionales conducen a orgías de odio, podría deducirlo a partir de principios generales.

Casi todos los deportes que se practican hoy en día son competitivos. Juegas a ganar, y el juego tiene muy poco significado a menos que hagas todo lo posible para ganar. En el campo de tu pueblo, donde eliges a tus compañeros y no aparece ningún sentimiento de patriotismo local, es posible jugar simplemente por diversión y ejercicio, pero tan pronto como se plantea la cuestión del prestigio, tan pronto como sientes que tú y una unidad más grande a la que perteneces sufrirá una deshonra si pierdes, se despiertan los instintos más salvajes del combate. Lo sabe cualquiera que haya jugado un partido de fútbol en la escuela. A alto nivel internacional el deporte es, francamente, una imitación de la guerra. Pero lo importante no es el comportamiento de los jugadores, sino la actitud de los espectadores, y, detrás de los espectadores, de los países que se convierten en furias por estas competiciones absurdas, y creen sinceramente –en todo caso durante un breve periodo de tiempo– que correr, saltar y dar patadas son pruebas de virtudes nacionales.

Incluso un juego pausado como el críquet que exige más elegancia que resistencia, puede causar mucha mala voluntad, como vimos en la controversia sobre la postura del cuerpo al lanzar y la táctica áspera del equipo australiano que viajó a Inglaterra en 1921. El fútbol, un deporte en el que todo el mundo se hace daño y en el que cada nación tiene un estilo de juego propio que a los extranjeros les parece injusto, es mucho peor. El peor de todo es el boxeo. Uno de los lugares más horribles del mundo es un combate entre púgiles blancos y negros ante un público mixto. Pero el público del boxeo es siempre repugnante, y el comportamiento de las mujeres, en particular, es tal que el ejército, creo, no les permite asistir a sus competiciones. En cualquier caso, hace dos o tres años, cuando la Home Guard y las tropas regulares tenían un torneo de boxeo, me pusieron a hacer guardia a la puerta de la sala, con órdenes de mantener a las mujeres fuera.

En Inglaterra, la obsesión con el deporte es bastante mala, pero pasiones aún más feroces se despiertan en países pequeños, donde los juegos y el nacionalismo son productos recientes. En países como la India o Birmania, en los partidos de fútbol se necesitan fuertes cordones policiales para impedir que la multitud invada el campo. En Birmania, he visto a los partidarios de un lado superar a la policía e inutilizar al portero del equipo contrario en un momento crítico. El primer partido de fútbol importante que se jugó en España hace unos quince años condujo a una revuelta incontrolable. En cuanto se despiertan fuertes sentimientos de rivalidad, la idea de jugar de acuerdo a las normas se desvanece. La gente quiere ver a un lado arriba y al otro humillado, y se olvida de que la victoria obtenida a través del engaño o mediante la intervención de la masa carece de sentido. Incluso cuando los espectadores no intervienen físicamente tratan de influir en el juego dando vivas a su propio lado y «ensordeciendo» a los jugadores contrarios con abucheos e insultos. El deporte serio no tiene nada que ver con el juego limpio. Está vinculado al odio, los celos, la jactancia, el desprecio de todas las reglas y el placer sádico de ser testigo de la violencia: en otras palabras, es la guerra sin los tiros.

En vez de parlotear sobre la rivalidad limpia y saludable del campo de fútbol y el gran papel desempeñado por los Juegos Olímpicos para unir a las naciones, es más útil averiguar cómo y por qué surgió este moderno culto moderno al deporte. La mayoría de los juegos que se juegan ahora son de origen antiguo, pero el deporte no parece que se haya tomado muy en serio entre la época romana y el siglo XIX. Incluso en las public school inglesas el culto a los juegos no se inició hasta finales del siglo pasado. El doctor Arnold, generalmente considerado como el fundador de la escuela pública moderna, consideraba los juegos una pérdida de tiempo. Luego, sobre todo en Inglaterra y los Estados Unidos, los juegos se convirtieron en una actividad fuertemente financiada, capaz de atraer grandes multitudes y despertar pasiones salvajes, y la infección se propagó de un país a otro. Los deportes más violentamente combativos, el fútbol y el boxeo, son los que más se han extendido. No puede haber muchas dudas de que todo está ligado al auge del nacionalismo: es decir, al lunático hábito moderno de identificarse con unidades de poder más grandes y verlo todo en términos de prestigio competitivo. Además, los juegos organizados son más propensos a florecer en las comunidades urbanas, donde el ser humano medio vive una vida sedentaria o por lo menos físicamente restringida, y no recibe muchas oportunidades de trabajo creativo. En una comunidad rústica un niño o joven se libra de buena parte de su excedente de energía al caminar, nadar, hacer bolas de nieve, subir a los árboles, montar a caballo, y a través de varios deportes que implican crueldad hacia los animales, como la pesca, peleas de gallos y cazar ratas con hurones. En una gran ciudad debe realizar actividades de grupo, si quiere dar una salida a su fuerza física o a sus impulsos sádicos. Los juegos se toman en serio en Londres y Nueva York, y se tomaban en serio en Roma y en Bizancio: se jugaron en la Edad Media, y probablemente con mucha brutalidad física, pero no se mezclaban con la política ni la causa de odios de grupo.

Si quieres añadir más al vasto fondo de la mala voluntad existente en el mundo en este momento, no se podría hacer nada mejor que organizar una serie de partidos de fútbol entre judíos y árabes, alemanes y checos, indios y británicos, rusos y polacos, italianos y yugoslavos, y que cada partido fuera visto por un variado público de 100.000 espectadores. Por supuesto, no sugiero que el deporte sea una de las principales causas de la rivalidad internacional; el deporte a gran escala es en sí, creo, solamente otro efecto de las causas que han producido el nacionalismo. Sin embargo, empeorarás las cosas enviando un equipo de once hombres, etiquetados como campeones nacionales, para luchar contra algún equipo rival, y permitiendo que todas las partes sientan que la nación que resulte derrotada ‘perderá prestigio’.

Espero, por tanto, que la visita de los Dinamos no sea seguida del envío de un equipo británico a la URSS. Si tenemos que hacerlo, mandemos un equipo de segunda fila, que vaya a perder sin duda y no pueda representar a Gran Bretaña como un todo. Ya hay bastantes causas reales de problemas, y no necesitamos aumentarlas animando a los jóvenes a patearse las espinillas bajo los rugidos de espectadores furiosos”.

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UN LENTO APRENDIZAJE

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1.

Michael Ignatieff:  Cómo salvar a los sirios.

2.

James Blitz: La maniobra diplomática de Putin.

3.

La extrema derecha en Europa y el sindicalista despistado, por Pablo Simón. Y: Cómo quiere conquistar el poder el Frente Nacional.

4.

Mark Mazower sobre la perspectiva perdida de Europa.

5.

Entrevista con la hija de Rudolf Höss.

6.

Estabilidad y cambio, de Francesc de Carreras:

Estos dos ejemplos nos ratifican en la creencia que la transición española fue un ejemplo de solidez porque supo distinguir entre lo estable, que debía acordarse mediante consenso, y lo que debía dejarse al criterio cambiante de las distintas mayorías que las elecciones sucesivas debían ir configurando. El consenso, con todas sus indeterminaciones, se recogió en la Constitución. Por ello a un texto de esta naturaleza se lo denomina ley de leyes: porque sienta los principios y las reglas procedimentales básicas que todos se comprometen a aceptar y respetar. A partir de ahí, las mayorías parlamentarias que resulten de las sucesivas elecciones irán concretando los principios constitucionales.

Este es, en definitiva, el núcleo básico de una democracia constitucional. Por un lado, determinados principios (en especial derechos fundamentales) y reglas básicas (en especial las que regulan el procedimiento de elección de los órganos políticos) asegurados por la Constitución, que, por supuesto, puede ser reformada y está tutelada jurisdiccionalmente por el Tribunal Constitucional. Por otro lado, unos órganos constitucionales de composición cambiante en los que el diálogo gobierno/oposición va determinando aquello que desea la voluntad popular. La Constitución garantiza estabilidad; las distintas mayorías parlamentarias y, por tanto, los distintos gobiernos permiten el cambio.

En este aspecto la transición se hizo bien: la combinación entre estabilidad y cambio, entre consenso y disenso, consolida la democracia e inmuniza contra los golpes de Estado.

7.

Independencia: ¿infierno o paraíso?

8.

Escribe David Trueba:

En TV-3 se clausuró la jornada con la emisión de Fènix 11-23, la película de Joel Joan sobre el grotesco caso judicial y policial contra el menor que exigía desde su cuarto la rotulación en catalán a unos supermercados. De ella, uno se queda con el poso de las interpretaciones de Rosa Gàmiz y Álex Casanova, ese agobio incrédulo, temeroso y finalmente indignado, de unos padres superados por el disparate que los rodea. En su día me llamó la atención un detalle. Cuando el personaje entra en Madrid, lo único que ve de la ciudad, desde la ventanilla del bus, es la enorme bandera española que ondea en Colón. Si hubiera entrado por Príncipe Pío habría podido ver la enorme bandera europea que ondea allí. Y mientras crecen los catalanes que quieren irse del portal sin cambiar de piso, la mejor España no encuentra ventana por la que asomarse y tender la mano. Nadie ve lo que no quiere ver. Y el resultado es que a esta paella le sobran cucharas y le faltan ingredientes.

9.

Novelas, fábricas, periódicos, por Ramón González Férriz.

10.

Cómo Holanda cambió el mundo, por Simon Kuper.

11.

Michael Lewis sobre la próxima crisis y No hemos aprendido nada, por James Kwak.

12.

Manifiesto.

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MODELOS DE EMANCIPACIÓN

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1.

Cristina Vallejo escribe:

El modelo occidental de emancipación de la mujer no es el único. Las mujeres del norte no tenemos que enseñar nada a las del sur. No nos tenemos que creer vanguardia de nada ni debemos mostrarles cuál es el camino que hay que recorrer. De lo contrario, caeremos en el error en que ha incurrido la globalización neoliberal: la imposición de un mismo modelo económico y social a todos los pueblos, incluso a aquéllos cuya cultura nada tiene que ver con el individualismo y el desapego a la tierra que sostienen al actual modelo económico que impera en el mundo. Imponer, como se ha hecho (o se ha pretendido hacer) con ciertos países de Oriente Medio o de África, la “vía occidental a la democracia” ha sido un equivocación y, por tanto, ha desembocado en el fracaso más absoluto. Quizás se hayan dado cuenta de ello y ya no se quiera utilizar las mismas armas con Siria.

El capitalismo, es cierto, tiene una gran capacidad de adaptación. Lleva sobreviviendo muchísimos siglos y ha superado crisis tan cruentas o más que ésta. Pero en los últimos cincuenta años, cuando se ha acelerado su imposición, ha sufrido contestaciones como nunca antes o, al menos, como nunca desde hace un siglo, y todo un subcontinente, el americano, está poniéndolo en cuestión precisamente por inadaptación, por el inmenso choque cultural que le supone asumir la ideología neoliberal como propia.

El capitalismo ha sido especialmente cruel con las mujeres. Teníamos la intuición y Toldy la ha llenado de contenido al enumerar las fases de la globalización con un sesgo de género. Ésta, como relata Toldy, nació con el colonialismo. No sólo se colonizaron tierras. También el cuerpo de las mujeres, y no sólo porque los conquistadores se apropiaran literalmente de él: el nuevo modelo económico industrial hacía necesario un mayor crecimiento de la población, dado que los trabajos que había que desarrollar eran intensivos en mano de obra. Tras la Segunda Guerra Mundial, el Norte procuró el «progreso» de esos países por la vía capitalista. Dos fueron los instrumentos utilizados: el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Con la bandera de la ayuda, de la cooperación, del camino hacia el progreso, impusieron reformas «liberalizadoras» de sus economías, con pésimos resultados en muchos casos. Sobre todo sociales. Esas políticas fueron acompañadas de más medidas invasivas del cuerpo de las mujeres: en esos años se comenzó a pensar que el gran problema de los países empobrecidos era su superboblación y comenzaron a imponerse controles de la natalidad.

[Las cursivas son mías.]

2.

Aquí había puesto puse un enlace a una noticia -sobre la muerte de una niña yemení de ocho años por lesiones que se hizo durante su noche bodas- aparecida en diversos medios. Se han manifestado dudas sobre su veracidad. Yemen ha prometido investigar el caso.

La Organización Mundial de la Salud (OMS), calcula que cada día se casan 39.000 niñas menores de 18 años.

Una tabla de la situación de los derechos de la mujer en el mundo.

Unas estadísticas de UNICEF sobre los menores en Yemen.

3.

Sushita Benerjee, una escritora asesinada por los talibanes.

4.

La carta de la laicidad de las escuelas francesas:

1. Francia es una República indivisible, laica, democrática y social que respeta todas las creencias.

2. La República laica organiza la separación entre religión y Estado. No hay religión de Estado.

3. El laicismo garantiza la libertad de conciencia. Cada cual es libre de creer o de no creer.

4. El laicismo permite el ejercicio de la ciudadanía, conciliando la libertad de cada uno con la igualdad y la fraternidad.

5. La República garantiza el respeto a sus principios en las escuelas.

6. El laicismo en la escuela ofrece a los alumnos las condiciones para forjar su personalidad les protege de todo proselitismo y toda presión que les impida hacer su libre elección.

7. Todos los estudiantes tienen garantizado el acceso a una cultura común y compartida.

8. La Carta del Laicismo asegura también la libertad de expresión de los alumnos.

9. Se garantiza el rechazo de las violencias y discriminaciones y la igualdad entre niñas y niños.

10. El personal escolar está obligado a transmitir a los alumnos el sentido y los valores del laicismo.

11. Los profesores tienen el deber de ser estrictamente neutrales.

12. Los alumnos no pueden invocar una convicción religiosa para discutir una cuestión del programa.

13. Nadie puede rechazar las reglas de la escuela de la República invocando su pertenencia religiosa.

14. Está prohibido portar signos o prendas con las que los alumnos manifiesten ostensiblemente su pertenencia religiosa.

15. Por sus reflexiones y actividades, los alumnos contribuyen a dar vida a la laicidad en el seno de su centro escolar.

[En la imagen, Benerjee.]

LAS CONSECUENCIAS

DORMIDO

1.

¿Qué hacer con un tirano depuesto?, por Pablo Simón.

2.

En la tecnología confiamos, por Simon Kuper.

3.

Pidamos todo lo posible, por Ramón González Férriz:

Esto no es ni mucho menos una invitación a cruzarnos de brazos mientras nuestras élites meten la pata una y otra vez. De hecho, deberíamos ser mucho más exigentes con ellas y obligarles a pagar por sus errores. Pero tal vez valdría la pena que los ciudadanos, mientras insistimos justamente en la necesidad de mejoras, tuviéramos en mente que no todas las cosas que deseamos —créditos para todos pero bancos sólidos, individualismo despreocupado pero con una gran red de protección pública, exigencia de igualdad pero búsqueda constante de privilegios para uno— son compatibles y a veces ni siquiera posibles. Quererlo todo, y esperar que nos sea dado por una élite a la que despreciamos y exigimos el paraíso al mismo tiempo, no conduce más que a una insatisfacción poco útil. Descartados los milagros, examinemos la realidad y pidámosle todo lo que puede darnos. Todo. Pero no creamos a quien ofrece además lo imposible.

4.

Cataluña, democracia o populismo, por Joaquím Coll. Y Reiventar la historia de Francesc de Carreras.

5.

Oppenheimer sobre competitividad y populismo.

6.

Sin confianza no hay democracia, por José Manuel Rodríguez Uribes.

7.

Mariano Gistaín: España no puede competir en corrupción.

8.

Sobre el escándalo de las ayudas a la cultura.

9.

Escribe Diego Manrique:

Encontré particularmente odiosa la histriónica invitación de la alcaldesa a paladear la vida nocturna de Madrid. El historial de su partido, desde las hazañas del concejal Matanzo, muestra una voluntad continuada de castrar la cultura no oficial: les caracteriza su obsesión por cerrar clubes y recortar la música en vivo.

¿Estoy siendo paranoico?. No, hay una limitación absurda que revela su verdadera cara: Madrid fue pionera en prohibir la entrada de menores de 18 años en locales donde se hace música. Ya saben que los pequeños conciertos tienden a ser deficitarios: el negocio está en la barra. El lenguaje de la normativa muestra que en el PP dominan los meapilas sobre los sedicentes liberales: se les impide el acceso a “cualesquiera lugares o establecimientos públicos en los que pueda padecer su salud y su moralidad”.

En Bélgica u Holanda, la edad mínima son los 16 años. En Francia o Dinamarca, no hay limitaciones: hasta los niños pueden acudir con sus padres. En general, las limitaciones son asunto de los camareros, no de los porteros.

Un exceso de celo, se me dirá. Uno se tragaba esta excusa hasta que llegó la catástrofe de Madrid Arena y nos encontramos un caso de libro de crony capitalism, capitalismo de amiguetes, el resultado de compadreos entre altos funcionarios y empresarios con pocos escrúpulos. También descubrimos una valoración moral de las diferentes músicas: para el Ayuntamiento, mejor las sesiones multitudinarias de techno que los esfuerzos de unos desharrapados tocando y sudando.

Mientras sigan mandando semejantes políticos, permítanme un secreto regocijo en el rechazo de la candidatura olímpica madrileño. En el improbable caso de que hubieran triunfado en su empeño, los tendríamos ad eternum.

[Imagen.]